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D-os
aún existe
Líbano , septiembre 1976, 8:30 am.
El
siervo de Alá
Me llamo Abdallá, tengo quince años y, como lo indica mi nombre, seré
el siervo de Alá, y dedicaré mi vida al profeta, a la causa del Islam y a nuestro partido Fatah hasta el día de mi muerte.
Ése fue el juramento que hice aquel día que,
para mí, constituye el inicio de mi verdadera vida. Lo que hubo antes, la miseria del puesto de verdura de mi padre, mi madre
trabajando de sirvienta en casa de unos judíos, la desdichada vivienda en un sótano, todo parece sólo una pesadilla que explotó
con la guerra.
La
guerra ¡Cómo la amo !Puso orden en el mundo caótico que era nuestro. Sabía que algo se preparaba. Las salidas furtivas de
mi padre a medianoche, los rumores de un cambio, el desván que de pronto se transformó en arsenal… Primero, los disturbios en provincia; luego, la capital que
se transformó en campo de batalla: tanques, armas, guerrilleros, disparos y explosiones. Mi padre nombrado jefe de zona, nos
cambiamos a una lujosa residencia, antigua propiedad de unos adinerados cristianos. Todos ahora tenían que rendir pleitesía
al jefe y para todo se necesitaba una cuota. Nos hicimos ricos de la noche a
la mañana ¡bendito sea Allá! Ya no soy el hijo del verdulero con los harapos de su hermano mayor. Ahora, llevo uniforme y
la cabeza alta.
La
guerra nos ha devuelto la dignidad. La dignidad contenida en el juramento: “Me llamo Abdallá…”
Ese
día, vi prenderse en los ojos de mi padre una chispa de orgullo mezclada con algo de sorpresa, como si me viera por primera
vez. Creo que nunca se había percatado de mi existencia: no era yo su hijo predilecto, pues, de niño, había sido muy enfermizo
y tardé mucho en hablar. Como hijo de la segunda esposa, no valía mucho; su preferido era Ahmed, hijo de la primera, genio
de los estudios, el de los honores. Pero, hoy, ya no hay clases, no hay honores y mi padre se ha dado cuenta de lo debilucho
de su consentido: ayer, en medio de una junta, deshonró a mi apellido diciendo que debíamos negociar una solución pacífica
al conflicto y tirar las armas. ¡Tirar las armas! ¡Como si hubiera otra manera de conseguir una vida digna!
Me levanté y respondí que la Kalachnikov entregada por mi padre era ya parte de mi cuerpo y que sólo con sangre conquistaríamos
lo que era nuestro: ¡el Líbano! No me confirmaré con menos, grité, y no pararé hasta librar mi país de los malditos cristianos.
Ahmed bajó entonces la mirada y en medio de
una gran ovación, me sacaron del recinto sobre los hombros.
Esa
noche, no pude conciliar el sueño, pensando en las palabras que había pronunciado. Las repetí cientos de veces en una especie
de vértigo. Me quedé dormido al amanecer, y fue hasta tarde que desperté ,al oír unos espantosos gritos y lamentos de mujeres.
Me levanté de un salto, agarré mi metralleta y salí corriendo. En la sala, entre una
muchedumbre, yacía un cuerpo inerte: Amín, hermano de mi padre. A través de los
aullidos, me enteré de lo que había pasado. Un judío había sido asesinado por un francotirador y quedó tendido en la calle.
Esta mañana, llegó otro judío y pidió a mi tío que le ayudara a mover su cadáver
para darle digna sepultura. Al agacharse mi tío, la muerte se lanzó desde las
azoteas: un hijo de perra le alojó una bala en la cabeza.
Era un cuadro lamentable: su esposa, tras el
velo, gritaba como loca; sus hijos pequeños, de ojos desorbitados, abrazados los tres. Eso era injusto: mi tío muerto por
culpa de un judío, probablemente un sionista, un enemigo de nuestro pueblo y de todos los pueblos, ¡gente que amasa el pan
con sangre en sus festividades!
Nuestro
código de honor dictaba venganza. Fue entonces que grité: “¡Muerte a los judíos!” y mi grito repercutió en dos,
cuatro, veinte, cien gargantas- y llenó la casa, la cuadra, el barrio.”¡Muerte a los judíos! era un grito de dolor y
de coraje. Mis hombres querían sangre y corrieron por sus armas. Fue entonces que trajeron del cuello, bajo los golpes y los
escupitajos, al judío responsable de todo: un hombre de mediana edad, barbón y de escaso
pelo. Lo reconocí: era Don Nissim, uno de los clientes del puesto de mi padre , quien ordenaba, con aires de señor, chasqueando
los dedos. ¡Maldito! Probablemente el cómplice del francotirador que ahora cazaban en las azoteas.
Semejaba
un cadáver .La sangre ya no pintaba sus mejillas y sus ojos buscaban a su alrededor
una esperanza, una salvación. De hecho, para nosotros, era ya hombre muerto y su
ejecución un simple trámite.
“¡Abdallá!”,
gritó mi padre “ te toca ultimarlo”. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y pensé: “Llegó la hora.”
“Será la primera vez, mi primer hombre,
el privilegio de quitar la vida, de ser el brazo de Allá. Ya no más disparar al aire o sobre unas latas pintadas de cruces
o de estrellas de los judíos”.
Corrí
hacia mi padre y salimos entre la multitud que llevaba al condenado hacia el patio de la mezquita, escenario de las ejecuciones.
“¡Muerte
a los judíos!” seguía sonando mientras yo caminaba con orgullo.
Tres
personas entramos con el prisionero a la mezquita: mi padre decidió dejar a los demás fuera
porque el consenso popular era linchar al asesino. Si lo permitía, lo despedazarían con las manos, pero él quería ver
mostrada mi hombría. Me entregó su pistola. Vendó los ojos del condenado y le ordenó callarse, pues vociferaba a más no poder,
pidiendo ya compasión ya un juicio verdadero.
Cuando
se dio cuenta que nadie le hacía caso, levantó la cabeza y sus labios empezaron a formar unas palabras: estaba rezando. “Es
dudoso que tu D-os se acuerde de ti ahora.”pensé. Unos balazos y soy un hombre.
Empuñé
el arma y apunté. De pronto, llegó mi hermano mayor gritando:”¡Llamada del alto mando!” y se llevó a mi padre
y a su ayudante.
Quedamos el condenado y yo, víctima y verdugo.
“Abdallá!,
no lo hagas” . Detrás de los pilares de la mezquita, salió una sombra velada. “¡Deténte!” decía la voz de
mi madre” ¡Eres aún un niño, no te manches las manos de sangre!”
¿Cómo
había mi madre encontrado la forma de entrar? “Es sólo un judío” le contesté.
__ ¡No lo hagas!- repetía, tratándome de convencer
__ ¡ Déjalo ir!
__
Mujer—le respondí con mi voz más severa___vuelve a tus aposentos y no te entrometas. ¡Éste es asunto de hombres!
Detrás del velo, vi entristecerse y humedecerse sus grandes ojos y : las madres nunca aceptan que sus niños se hagan hombres, pensé. Pero
también vi en sus pupilas algo que parecía satisfacción. Me volteé de un solo movimiento.
El
prisionero había desaparecido.
Líbano, septiembre 1976, 5:00 am
Son
las cinco de la mañana y mis antepasados han de estar revolviendo en su tumba. Permanezco acostado en la oscuridad, boca abajo,
como un ladrón. Cuatro horas tratando de transformarme en piedra, envuelto por frío y tinieblas; me duelen las piernas que
no me atrevo a mover. Mis dedos se me han congelado alrededor del gatillo del rifle de largo alcance. ¿Por qué no reconocerlo?
Tengo miedo. Y como siempre, a pesar de mis quince años y de mi cuerpo de atleta, cuando me invade la angustia, el miedo,
el terror o la mezcla de los tres ,como ahora, en ti pienso, mamá. En la ternura de tu caricia, en el calor de tu abrazo e
inmediatamente me siento mejor. Veo tu imagen, arrodillada delante de tu crucifijo de oro, rezando para que vuelva pronto
a ti- cosa algo improbable- yo, André, tu único hijo.
El
niño obediente y sumiso de tan buenos modales, el primero de su clase, el de los cuadros de honor, el que citan como ejemplo
... “¿Qué va a hacer de grande?” –preguntaban los maestros- “¿Comerciante como papá? –proponía
mi padre. Pero tú ya lo tenías decidido. “ André será médico, como su bisabuelo. Necesitamos un médico en la familia”.
En tu mirada orgullosa yo me veía corriendo al socorro de los enfermos, curando heridas, salvando vidas...
¡Mamá!
Si supieras lo que estoy a punto de hacer... espero que me perdones.
Cuando
me afilié al partido Kataeb, el partido cristiano que, desde siempre estuvo en el poder en Líbano, nunca me imaginé que las
lecciones de tiro, las largas caminatas y los ejercicios militares me llevarían algún día a esta azotea. Pero tú no tienes
la culpa, la culpa la tiene la guerra, simplemente la guerra: destrucción brutal de mi vida ordenada, de mis sueños, ideales
y convicciones.
La
ciudad de Beirut, ciudad cosmopolita, una de las más bellas del mundo, transformada en un conjunto de ruinas dignas de un
terremoto; el terremoto causado por ambiciones políticas que se ha disfrazado de guerra santa entre dos religiones mayoritarias: cristiana y musulmana.
Así
se fue desmoronando el país, como un rompecabezas: zona cristiana, zona musulmana, zona cristiana, zona musulmana, así...
hasta el infinito.
Tú
quisiste que me fuera, me quisiste salvar. Me inscribiste en una de las mejores universidades de Inglaterra, compraste mis
trajes, sin olvidar un smoking para las fiestas que son tan elegantes. Madre, cómo te hubiera sorprendido
ver que en estas fiestas visten harapos que avergonzarían a tus sirvientes. Los muchachos peinados a la “punk”,
los hombres con grandes aretes, la droga circulando... ¡Qué fiesta!
Empezaron
a pasar las primeras copas cuando mi compañero de cuarto, un inglés medio loco, me empezó a presentar como our refugee
from Lebanon. Lo iba a callar, diciéndole que no era ningún refugiado y que pagaba bastante cara mi estancia, pero entendí
que tenía razón. Dentro de poco, todos los cristianos seremos refugiados a donde vayamos, porque vamos a perder nuestra
patria. Y ¿por qué? Porque yo estoy en Inglaterra, mi primo está en la Sorbona, no hay quien defienda nuestra causa.
¡Nos están diezmando! Sí, en muchos países la religión mayoritaria es el cristianismo. Sin embargo, nadie moverá un dedo para
ayudarnos: para nosotros no habrá cruzada. Los cristianos en Líbano están acabados. Verás, madre, por eso volví, mientras
tú me crees seguro en otra parte del mundo...
Traté
de irte a ver. Desde el aeropuerto tomé un taxi que pasó a través de barricadas y me llevó a casa. Las calles estaban desiertas,
la reja se hallaba entreabierta. Una cuadra antes, lo vi: mi casa, legado de nuestra familia de generación en generación,
había sido derrumbada.
Un
niño del vecindario me informó que había sido el resultado de un ataque con mortero. La zona se había vuelto peligrosa. Papá y tú se habían ido y no se sabía su paradero. Probablemente algún hotel. Parafraseando
algún adulto, dijo: “Pues sí , la riqueza no es escudo para las balas.” Las lágrimas me cegaban. Mis pasos me
llevaron al cuartel general. En ese momento, apareció nuestro jefe: “Necesito
un voluntario para cerrar una calle”. Lo miré interrogativo.
“¡Necesito
un francotirador! Se trata de que la calle quede inutilizada par que todo tráfico se detenga y podamos iniciar un ataque.
Habrá que esconderse en una azotea que le indicaré .A las ocho de la mañana ,escoger un blanco cualquiera y eliminarlo. Voluntarios, alcen la mano.”
Yo
pensé: “Un blanco cualquiera es una persona de carne y hueso. No voy a ser médico, pero tampoco voy a matar a alguien
a sangre fría”. Te lo juro, eso pensé, madre; pero de repente se volteó hacia mí y dijo: “Claro, éste no es un
trabajo para niños falderos que no quieren arriesgarse y que mamá manda a Inglaterra para cuidarlos”. Sentí la sangre
subirme a la cabeza y levanté la mano. Inmediatamente, supe que había cometido un error, pero lo hecho, hecho está. Tu nombre
en su boca sonaba a sacrilegio.
Ya
amaneció en Líbano, patria mía perdida. Las 7:30, mi pierna está hormigueando. La calle silenciosa se empieza a llenar. Pasa
un hombre que parece mi maestro de filosofía. “¿Cuál es la diferencia entre el ser y no ser, André?”. “Simplemente,
una bala, maestro”. Una señora cargando bultos. ¿Será ella mi víctima? Apresura el paso: en la calle hay alguien tirado,
probablemente muerto. Un muchacho alto. Tampoco éste, porque se parece demasiado a mi primo y no vaya a ser la de malas; se
han oído demasiadas historias de francotiradores que han matado a parientes.
Ahí va una muchacha de
bonitas piernas: demasiado joven y guapa para morir. Pero André, no te distraigas.
Se acerca alguien al cuerpo tirado en la calle,
es un señor barbudo que está gritando. Llama a alguien, parece que están tratando de levantar el cuerpo. Llega un hombre con
uniforme: ¡Es el enemigo! Contra éste puedo disparar con toda confianza. Apunta con cuidado, André, sabes que aquí no hay
dos oportunidades; después del disparo comienza el infierno para ti.
Disparo: el cuerpo cae encima del que estaba
tirado. ¡Bravo, André! ¡Eres todo un héroe! Mi padre quería que yo fuera comerciante. Mi madre quería un médico.
“André, ¿qué vas a hacer cuando seas grande?”
Líbano, septiembre 1976, 11:00 am Líbano, septiembre 1976, 2:00 p.m.
El
maestro
El vehículo corre a su máxima velocidad por
las calles desiertas de Beirut. El conductor está consternado. En sus oídos aún suena la llamada de la esposa de su hermano,
con la voz entrecortada por los sollozos: “¡Está atrapado! Lo iban a ejecutar... Lo están buscando... Habló para despedirse...
¡Se ha escondido!”
¿En qué se habrá metido ahora su hermano? ¿Lo
encontrará aún con vida? ¿Podrá llegar a él a tiempo, desde donde está, cruzando una ciudad atravesada por decenas de barricadas?
¿Qué puede hacer él, en estas condiciones, un simple maestro que la guerra ha jubilado?
Su labor es la educación de los niños, son
las letras, las risas, las tareas. Pobres niños, que han cambiado sus cuadernos por metralletas y están jugando a la guerra
con balas auténticas. Los ha visto con fusiles que los rebasan en altura. Los hospitales están llenos de pequeños lisiados
que dispararon por un pan o un juguete.
Se acerca al barrio judío; ante sus ojos aparece
una barricada. ¡Claro! Hay un niño cuidándola. ¡La guerra es cosa de adultos, dejen a los niños fuera de ella!
Líbano, septiembre 1976,
2:15 p.m.
Barricada al oeste del barrio judío
¡Lo
vamos a encontrar, lo juro...o dejo de llamarme Abdallá! Debe de estar muy cerca, escondido como la rata que es, en las calles
del barrio judío que tenemos cercadas. Creyeron podérmelo quitar, pero simplemente hicieron el juego más interesante: ahora
comienza la cacería. Grupos de hombres están pasando de casa en casa, registrando cada rincón y maltratando “cautelosamente”
a los judíos, pues parece que Radio Israel -los malditos sionistas- sacaron al
aire un comunicado. En él nos advierten que, si algo le sucede a un judío cualquiera, van a desquitarse atacando las posiciones
palestinas en el sur. Es una tontería tomar a esta gente en serio –y mucho menos ceder a sus amenazas- pero órdenes
del alto mando son órdenes y, por ir a atender su llamado, se me escapó el traidor. Ya veremos más adelante, cuando Líbano
sea nuestro: nos ocuparemos de Israel y lo extirparemos, como se extirpa un tumor canceroso. O, según la vieja expresión,
¡arrojaremos a los judíos al mar! Sin embargo, concedí el permiso a mis hombres de llevarse lo que gusten de las casas registradas
–ni falta que le hace a esta gente podrida en dinero. Un grupo está ya en su templo hereje destruyendo todo y quemando
sus libros sagrados. ¡Un poco menos de basura! ¡Al fin limpiaremos Líbano! Entretanto, me encuentro esperando a que el perro
infiel trate de escapar para ejecutarlo como se merece: ésta es la entrada oeste, la que lógicamente escogería para la huída.
Se aproxima un vehículo desde fuera. Es un
hombre canoso de lentes, que me mira con miedo.
__¡Deténgase! ¿A dónde cree
que va? ¿Tiene pase?
__Estoy aquí por un asunto de vida o muerte. Le suplico, joven...
__ ¡Por el nombre del Profeta! ¿Qué asunto
es ése?
__Mi hermano está muy enfermo y vengo
a llevarlo al hospital.
__Ése no es asunto de vida o muerte. Si
no se ha dado cuenta, estamos en guerra y la gente muere a diario. Además, nadie ha solicitado un permiso de salida. ¿Quién
es usted?
__Mire, le puedo explicar... Soy judío y vivo en el otro lado de la ciudad. Estos son mis documentos de identidad...
__ ¿Judío? ¡Asqueroso sionista! Sal del vehículo y explica qué vienes a hacer acá.
Ahora está sudando y trata de balbucear algo. Miro los documentos y una gran satisfacción expande mi pecho. Lo agarro
del cuello, lo saco de su coche y lo voy llevando a empellones hacia el cuartel, mientras pienso: éste es mi día de suerte,
mi día de suerte. En efecto, el “visitante” tiene el mismo apellido que el hombre que estamos buscando.
__¿Tu hermano, es tu hermano el que está
enfermo, verdad? Pues ¿qué crees? Está por empeorar. ¡Si lo conozco bien, al hijo de p…! Ahora mismo me vas a decir
dónde se esconde la rata inmunda. ¡Vas a hablar, vas a revelarlo todo!
Lo empujo hacia adentro, golpeándolo,
picándole las costillas con el rifle. Todos me miran sorprendidos y mi padre se levanta de su silla. Le anuncio con orgullo:
__Padre, la suerte está de nuestro lado.
Este hombre es el hermano del perro que estamos buscando.
Veo a mi padre quedarse inmóvil, con la
expresión congelada. Me volteo hacia el judío y lo veo sonreír. ¡Sonreír! Pero... ¿qué sucede aquí?
Mi padre da un paso adelante y abraza
al judío.
.
Líbano, septiembre 1976, 11 am
Miriam
Hace
un año, vi fotos de un ghetto y de campos de concentración.
El
maestro de historia hebrea de mi colegio judío, la Alliance Israelite Universelle, nos mostró una colección de fotografías
del Holocausto. Esto les enseñará que un judío nunca está seguro en ningún lado que no sea el Estado de Israel. A mitad de la clase, pedí permiso de salir y fui a vomitar mi desayuno al baño. En
la galería de horrores, recuerdo especialmente la foto de un niño esquelético moribundo tirado a media calle en el barrio judío: la gente pasaba encima de su cuerpo con mucho cuidado de no tocarlo. Estaba aún vivo, tenía la mirada perdida. ¿Acaso era posible, me preguntaba, que la muerte de alguien diferente pareciera tan lógica, tan normal? Me tranquilizaba pensando: soy libanesa,
eso nunca sucederá aquí. Es simplemente otro país, otro tiempo, otra dimensión. Otra suerte.
Líbano. Paraíso del vivir, el aire fresco de tus montañas fue el primero que inhalé , el que me dio vida y que siempre
olerá a hogar. El calor de tus noches de verano cuando sopla el jamsín. Tus bosques de pino. El sabor de tu mar,
el Mediterráneo. El orgullo del cedro milenario de tu bandera. Mi patria.
Aún así, Líbano era un país árabe. En mayo de1948, el día que siguió el nacimiento del Estado de Israel, Líbano fue
uno de los diez países árabes que le declararon la guerra. Los libaneses judíos se volvieron “incómodos”:¿cómo
conciliar su nacionalidad con el hecho de que, en sus mismas fronteras, se estableciera una nación autodenominada “hogar
judío nacional”? ¿ La ira árabe iría a extenderse a la pequeña comunidad judía? Además,
¿sobreviviría este pequeño estado al desmedido ataque ? Sin embargo, ganó sorpresivamente la contienda y se presentó como una opción válida para los judíos del mundo. En 1967, después de la Guerra de los Seis
Días, fuimos testigos del traslado de gran parte de nuestra comunidad a Israel. Entre los que se fueron estaban mi maestro
de historia hebrea, mis tíos y mis abuelos. Pero papá, quien había llegado a
Líbano como refugiado de Siria, decidió: no más éxodos. Allí comprendí lo difícil que es desprenderse de un hogar, por
muy humilde que sea.
Seguimos
en Líbano, una paradoja viviente, unos invitados muy especiales. La posición del gobierno era : nos declaramos en contra de
los sionistas, no de los judíos. Pueden quedarse. Discreción: nada de ostentar símbolos religiosos, pues significa una provocación:
recibí una sonora cachetada por salir a la calle con una cadena de la cual colgaba una estrella de David. Si te llamas “Israel”o
“Josué” o se te ocurre hablar en hebreo, no hay garantías: la protección del gobierno tiene límites.. No te alejes
del barrio judío, no te des a notar, no hagas olas.
Los
dirigentes comunitarios tenían buenas relaciones con las autoridades. El presidente
de Líbano visitaba la sinagoga en Rosh Hashaná, el año nuevo judío, para presentar sus parabienes. De pronto, miembros
de la comunidad desaparecían sin que el hecho tuviera grandes repercusiones.
Recuerdo que un alto directivo de la comunidad
fue encontrado, un día, desmembrado y encostalado, en el portón del templo judío: había sido acusado de espiar para Israel y entregado para ser interrogado
a la policía siria. Pero la comunidad judía- aunque muy disminuida y con una juventud casi inexistente- siguió viviendo con
tranquilidad.
Cruza sobre el moribundo, haz como que no pasa
nada.
Más
adelante, estalló la guerra civil. Mi mundo se derrumbaba. Esta vez, el argumento de papá para no empacar fue el siguiente:
esta guerra es entre cristianos y musulmanes. Si nos quedamos callados y aguantamos la trifulca, pasará como una pesadilla
y podremos volver a nuestra bendita vida. Así nos convenció papá. Y
yo creí posible este acuerdo con el destino. Hasta hoy.
Hoy, por primera vez en mis quince años de
vida, oí el grito:”Muerte a los judíos” salir de una , de cien, de mil bocas, con un rencor y un odio reprimidos
desde generaciones. Brotó de boca de mi vecino, el abarrotero, que saludaba yo todas las mañanas; surgió de las entrañas de
los compañeros de mi niñez; reveló el dolor que fermentaba ¿desde siempre? en mis conciudadanos, mis paisanos, mis hermanos.
¿Qué hice, qué errores cometí, para ser merecedora de tal aborrecimiento?
De pronto, comprendo que dejé de ser la hija
del país. Soy el enemigo, el culpable de todos los males, sobre el que se puede descargar ira y dolor. Mi país se ha
transformado en una trampa, mi calle en un ghetto, mi casa en una ratonera.
Mis
padres, mis hermanos y yo estamos sentados en el piso, como unos deudos, apretados unos contra los otros, los rostros enrojecidos,
los ojos cerrados, con el único recurso que nos queda: el rezo. ¿Cuánto tardarán los gritos amenazadores en llegar a nuestra puerta, derribarla y entrar?
Me volteo hacia papá:
___ ¿Verdad que vamos a estar bien?
Y, por primera vez en mi vida, lo oigo contestar:
___No sé, hija, no sé...
¿Quién
asesará el primer golpe? ¿Qué cosas veré antes del final? Pienso en el cuchillo de cocina que aguarda en la oscuridad del
cajón. ¿Por qué nunca aprendí a defenderme? ¿Cómo creí que eso nunca me sucedería? No sé lo que más me asusta, si las kalashnikov
y los revólveres, o los ojos de esos hombres vueltos bestias, ojos hambrientos de venganza y de sangre, ojos que ya no me
reconocen y sólo ven en mí el judío eterno, maldito. El pueblo elegido, a veces para la muerte.
Las
botas de los soldados suenan en las escaleras. ¡Sálvanos. D-os! Nomás te tenemos a Ti. ¡Haz el milagro! Nuestras
bocas pronuncian la letanía que es la profesión de fe del judaísmo, la oración por excelencia: el Shemá Israel. Escucha,
Israel D-os es nuestro D-os , D-os es uno . Bendito sea el trono majestuoso de
Su reinado para siempre jamás.
Ruego que llena la mente y aparta el miedo
. Palabras mágicas que alejan las imágenes del Holocausto y el ruido de las botas. Canto sagrado que cubre todo bajo un velo
opaco.¿ Última oración?
De pronto, ¡golpes en la puerta con cachas
de metralletas! Lo que está escrito sobre la frente, lo ha de ver el ojo. Mi madre se levanta y, con valor, le abre
al destino.
Líbano, septiembre 1976, 12:15 pm
Miriam
Entra furtivamente un soldado, arrastrando
a un hombre pálido y desencajado, quien está balbuceando palabras sin sentido. El soldado ¿no es, acaso, el zapatero de la
esquina ataviado con un uniforme de fedayin? Y el fantasma que delira ¿no es
Don Nissim, un conocido comerciante?
El
uniformado toma la palabra:”Señora, no tenga miedo: soy yo, Ibrahim. Me he unido a las fuerzas palestinas. Este hombre
es judío como ustedes. Lo quieren ejecutar, pues por su culpa, un francotirador mató a un musulmán. La esposa del jefe de
zona me pidió socorrerle, y lo salvé de milagro. Ustedes siempre han sido buenos conmigo: por ello vine aquí. Escóndanlo y
procuren que nadie sepa su paradero. Si eso sucede, ustedes también estarán implicados en el asesinato y correrán su misma
suerte.”
Estamos intentando asimilar el flujo de palabras.
“Mi
presencia aquí es peligrosa para ustedes. Hasta otra ocasión. Buena suerte.”
Atónitos,
lo vemos salir. Mamá sienta al hombre, quien está tartamudeando: “No, por favor, no me fusilen, soy inocente. Baja tu
arma, te lo ruego ¡Yo sólo quería levantar al muerto!”
“Cálmese, usted ya está seguro, está
entre amigos”.Un vaso de agua detiene el temblor que lo agita. Estamos interrogándonos con la mirada, buscando una solución,
una forma de salir del atolladero.
Parecía imposible que nuestra situación empeorara,
y sin embargo... Nuestro invitado inesperado, buscado por todos los soldados, constituye para nosotros una nueva amenaza.
¿Qué podemos hacer? Si no nos encuentran los cazadores de judíos, lo harán quienes buscan a este hombre. Y seremos cómplices
de su crimen.
__Tengo una idea__ dice mamá.__ ¡El departamento
de enfrente!
Una luz de esperanza atraviesa nuestras miradas.
El departamento contiguo está vacío ya que sus habitantes han huido, dejándolo con todo y llaves a nuestro cuidado.
__ Una vez repuesto, lo esconderemos allí.
Si llegan sus perseguidores, no lo encontrarán con nosotros…
Nos abocamos a tranquilizar al hombre y le
explicamos nuestro plan. Cuando la puerta del departamento vecino se cierra tras de él, dejamos escapar un suspiro de alivio.
Ahora, la espera comienza.
Ese
día, mamá había preparado un guiso de garbanzos. Estaba destinado a descomponerse
y pudrirse intacto. Un rezo judío dice: Danos ropa para vestir y alimento para comer. Los sabios explican: la bendición
de D-os no consiste en sólo poseer el alimento, sino tener la oportunidad de comerlo en paz.
Hasta hoy, el guiso de garbanzos trae a mi
memoria el recuerdo de esta terrible jornada.
Líbano, septiembre 1976, 1.00 p.m.
Nissim
Mientras decenas de guerrilleros lo están buscando por todo el barrio, Nissim es simplemente un hombre dando vueltas
en la oscuridad. Prisionero en un lugar desconocido. Solo y con el tiempo prestado.
Sus piernas ya se han acostumbrado a la distancia que hay entre una pared y otra, distancia que recorre sin cesar como autómata.
¿ Cómo fui tan inconsciente? ¿Por qué no salí
del país cuando tuve la oportunidad?
Aunque tenía dinero, no quise renunciar a mis
pertenencias. Me quedé a cobrar lo que la gente me debía, a vender mis bienes.
Cosa de unas semanas. Pasaron meses. Y llegó esa fatídica mañana...
Esa mañana, la vida seguía su curso, si así puede llamársele la estancia en un país en guerra.
Hay tregua, anunció, iré a cobrar la mercancía que le vendí a Fawzi. No salgas, dijo Sara, te lo ruego, ayer soñé a
mi abuela Nezly, me decía :el café se va a derramar del pocillo, ten cuidado. Hubieras callado, Sara, es cuando sale de
la boca que la palabra cobra vida. Le contestó : habrá alguna remota posibilidad,
Sara, de que la abuela Nezly, D-os la conserve en el paraíso y lejos de nosotros, te indique la forma de subsistir en estas
condiciones y sin dinero? Ironía de los necios.
Se
dirigió hacia la puerta maldiciendo los sextos sentidos y los sueños premonitorios, y la niña de los grandes ojos se le colgó
de la pierna y pidió, ¿puedo ir, papá, por favor papá , estoy aburrida? Y de su cuarto salió el pequeño, blanco y rubio como
un angelito y balbuceó: cómprame una pistola. Y todo aquello, la guerra, los hijos, el ser padre de familia, le había parecido
un terrible fardo en esta mañana. Creo que, por un instante solamente, simplemente así, en un ínfimo rincón de mi cerebro,
deseé que ya no existieran y que estuviera tranquilo. Azoté la puerta.
A través del desorden que reina en su cabeza, vuelve, insistente, una imagen que lo obsesiona. Al llegar a la calle,
oyó gritar su nombre. Sara estaba asomada al balcón, casi medio cuerpo afuera, con su bata azul acolchada de casa. “¿Qué
hay?”le había gritado, furioso de que lo detuviera.”!Allá Maak ¡, ¡Que D-os te acompañe!” le lanzó con una
voz húmeda y enseguida desapareció. Así te recordaré, Sara, desde el otro mundo. Ojalá me hubieras insultado, escupido.
La suerte hubiera sido otra. No. Me estoy volviendo loco, me arde el cerebro.
Esa
mañana, la vida seguía su curso, si así puede llamársele la estancia en un país en guerra.
Nissim bajó la calle y se topó con el cadáver
de un viejito solitario que conocía, el cuidador de la sinagoga. Una mujer gritaba que había sido la balacera del día de ayer,
que le habían tocado tiros cruzados. Otra rebatió que de seguro lo habían matado para quitarle sus ahorros. Qué más da,
aquí la gente muere como moscas. ¿Qué significa un cadáver más? Maldita sea, no podré ir a cobrar. Había que enterrarlo
en el panteón judío. Avisar a los demás para, siquiera, rezarle un kadish. Mientras, cargarlo y acostarlo en su mísero
cuarto detrás de la sinagoga.
Nissim intenta asir el cuerpo por los hombros
y arrastrarlo, pero pesa demasiado. A la puerta del cuartel, un amigo de él, Amín, en uniforme de fedayín, fuma un
cigarrillo .En cámara lenta, su mente reconstituye la escena: Amín que se agacha sobre el cuerpo y su mirada atónita cuando
recibe la bala en la cabeza.¡ Maldito francotirador! Cae encima del otro, abrazándolo,
ya son dos los cuerpos que habrá que enterrar…y el mío si me hallan.
Sara
sale al balcón, despidiéndolo, acongojada. No veré la expresión de tu cara cuando te den la noticia de mi muerte. No hagas
escándalos. No enrollaré las filacterias al brazo de tu hijo el día de su Bar Mitzvá. No llevaré a la niña al palio nupcial.
Nunca sabrás cuánto te quise con los bordes caídos de tu cara y esta bata azul acolchada y deslavada. Si se me concediera
un solo deseo, el del condenado, eso haría: limpiar esta lágrima que quedó colgada sobre tu labio.
Sus ojos escudriñan las sombras, buscando reconocer
los muebles. Corre hacia la mesita. Sus dedos febriles encuentran el objeto negro y comienzan a marcar.
Esa mañana, la vida seguía su curso, si así puede llamársele
la estancia en un país en guerra.
Líbano,
septiembre 1976, 2:00 p.m.
El
maestro
El vehículo corre a su máxima velocidad por
las calles desiertas de Beirut. El conductor está consternado. En sus oídos aún suena la llamada de la esposa de su hermano,
con la voz entrecortada por los sollozos: “¡Está atrapado! Lo iban a ejecutar... Lo están buscando... Habló para despedirse...
¡Se ha escondido!”
¿En qué se habrá metido ahora su hermano? ¿Lo
encontrará aún con vida? ¿Podrá llegar a él a tiempo, desde donde está, cruzando una ciudad atravesada por decenas de barricadas?
¿Qué puede hacer él, en estas condiciones, un simple maestro que la guerra ha jubilado?
Su labor es la educación de los niños, son
las letras, las risas, las tareas. Pobres niños, que han cambiado sus cuadernos por metralletas y están jugando a la guerra
con balas auténticas. Los ha visto con fusiles que los rebasan en altura. Los hospitales están llenos de pequeños lisiados
que dispararon por un pan o un juguete.
Se acerca al barrio judío; ante sus ojos aparece
una barricada. ¡Claro! Hay un niño cuidándola. ¡La guerra es cosa de adultos, dejen a los niños fuera de ella!
Líbano, septiembre
1976, 2:15 p.m. Barricada al oeste del barrio judío
¡Lo
vamos a encontrar, lo juro...o dejo de llamarme Abdallá! Debe de estar muy cerca, escondido como la rata que es, en las calles
del barrio judío que tenemos cercadas. Creyeron podérmelo quitar, pero simplemente hicieron el juego más interesante: ahora
comienza la cacería. Grupos de hombres están pasando de casa en casa, registrando cada rincón y maltratando “cautelosamente”
a los judíos, pues parece que Radio Israel -los malditos sionistas- sacaron al
aire un comunicado. En él nos advierten que, si algo le sucede a un judío cualquiera, van a desquitarse atacando las posiciones
palestinas en el sur. Es una tontería tomar a esta gente en serio –y mucho menos ceder a sus amenazas- pero órdenes
del alto mando son órdenes y, por ir a atender su llamado, se me escapó el traidor. Ya veremos más adelante, cuando Líbano
sea nuestro: nos ocuparemos de Israel y lo extirparemos, como se extirpa un tumor canceroso. O, según la vieja expresión,
¡arrojaremos a los judíos al mar! Sin embargo, concedí el permiso a mis hombres de llevarse lo que gusten de las casas registradas
–ni falta que le hace a esta gente podrida en dinero. Un grupo está ya en su templo hereje destruyendo todo y quemando
sus libros sagrados. ¡Un poco menos de basura! ¡Al fin limpiaremos Líbano! Entretanto, me encuentro esperando a que el perro
infiel trate de escapar para ejecutarlo como se merece: ésta es la entrada oeste, la que lógicamente escogería para la huída.
Se aproxima un vehículo desde fuera. Es un
hombre canoso de lentes, que me mira con miedo.
__¡Deténgase! ¿A dónde cree
que va? ¿Tiene pase?
__Estoy aquí por un asunto de vida o muerte. Le suplico, joven...
__ ¡Por el nombre del Profeta! ¿Qué asunto
es ése?
__Mi hermano está muy enfermo y vengo
a llevarlo al hospital.
__Ése no es asunto de vida o muerte. Si
no se ha dado cuenta, estamos en guerra y la gente muere a diario. Además, nadie ha solicitado un permiso de salida. ¿Quién
es usted?
__Mire, le puedo explicar... Soy judío y vivo en el otro lado de la ciudad. Estos son mis documentos de identidad...
__ ¿Judío? ¡Asqueroso sionista! Sal del vehículo y explica qué vienes a hacer acá.
Ahora está sudando y trata de balbucear algo. Miro los documentos y una gran satisfacción expande mi pecho. Lo agarro
del cuello, lo saco de su coche y lo voy llevando a empellones hacia el cuartel, mientras pienso: éste es mi día de suerte,
mi día de suerte. En efecto, el “visitante” tiene el mismo apellido que el hombre que estamos buscando.
__ ¿Tu hermano, es tu hermano el que está
enfermo, verdad? Pues ¿qué crees? Está por empeorar. ¡Si lo conozco bien, al hijo de p…! Ahora mismo me vas a decir
dónde se esconde la rata inmunda. ¡Vas a hablar, vas a revelarlo todo!
Lo empujo hacia adentro, golpeándolo,
picándole las costillas con el rifle. Todos me miran sorprendidos y mi padre se levanta de su silla. Le anuncio con orgullo:
__Padre, la suerte está de nuestro lado.
Este hombre es el hermano del perro que estamos buscando.
Veo a mi padre quedarse inmóvil, con la
expresión congelada. Me volteo hacia el judío y lo veo sonreír. ¡Sonreír! Pero... ¿qué sucede aquí?
Mi padre da un paso adelante y abraza
al judío.
Líbano , octubre1966, 6:00 PM ( Diez años atrás)
El maestro
En la Alianza israelita de Beirut, la escuela
oficial judía, acaba un día más de labores. Los padres han acudido a llevarse a sus hijos y el edificio está desierto. Una
sola persona, aparte del portero, trabaja tarde, como siempre, porque nadie lo espera en casa: el maestro de primaria, quien,
por amor a los niños, ha elegido una vida casi de sacerdocio.
Se
detiene un instante, deja el lápiz y limpia cuidadosamente sus anteojos. ¿Valen la pena tantos desvelos para formar a niños
cuya característica principal es la ingratitud? He de estar cansado, es una pregunta que sólo me hago cuando estoy cercano
al agotamiento. Educar es lo que sé hacer; es mi misión. Un niño es un milagro, una apuesta viva al futuro, un pedazo de arcilla
informe. Es lo que haces de él.
Escucha un ruido del lado de la puerta. Levanta
los ojos y, sorprendido, evalúa la visión: una mujer velada cargando a un niño de cinco años. Sus ojos se encuentran y la
mujer voltea la cara hacia la salida. No te vayas, estoy tan solo.
__Señora, espere ¿ Le puedo ayudar en algo?
Por favor, siéntese.
La mujer ha vaciado el alma. Su hijo nació
sordomudo, ninguna escuela lo recibe y no posee recursos para darle educación
especial. Las lágrimas aparecen al borde de sus grandes ojos y ella las rechaza de un revés de la mano: ya lloró mucho y de nada le ha servido a su pequeño. Es
sirvienta en casa de unos judíos y allí escuchó hablar del maestro, de su dedicación, de su paciencia. Decidió entonces acudir
a él, a pesar de que una mujer musulmana decente no visita sola a un hombre.
Su voz tiembla a través del velo y el maestro no puede dejar de pensar que ha de ser hermosa.
__Le aconsejo, para comenzar, un examen médico.
Conozco alguien que lo puede atender...
Un amigo
del maestro es médico. En una corta misiva, él explica el caso del niño con la recomendación de sólo cobrar algo simbólico.
La mujer parte como una sombra, su bien más preciado apretado sobre el pecho.
Al
día siguiente, cuando está por salir a trabajar, el teléfono suena. Es el médico: “El niño que me enviaste necesita
una intervención quirúrgica. Claro, quedará bien.. Será costoso, creo que demasiado para estas personas. ¿Vas a asumir tú
mismo los gastos? De acuerdo. Después, tendrá que recibir una larga terapia. Por supuesto, te explicaré como dársela. Pero
dime, por favor: ¿por qué lo haces? ¿Cuál es tu relación con esa familia de musulmanes?”
El
maestro sonríe y piensa; hay gente que no entiende que un niño es un niño, sea cual fuere su color de piel o su religión.
Tiene derecho a escuchar el canto de los pájaros y la voz de su madre. Estamos aquí para arreglar el mundo. Y sí, tengo un interés propio: No tendré hijos, pero dejaré
algo, una huella: alguien recordará que fui bueno con él. ¿Cuánto pesa ante eso la caja de lámina donde guardo lo que me sobra
de mi sueldo? Ahora es cuando. Casi le queman las manos los billetes, le
urge deshacerse de ellos, dárselos a la mujer que, él sabe, llegará después de clases con el niño. El niño que estoy por sacar del silencio.
Líbano, Diciembre 1966, 6:00 PM
El maestro está sentado, esperando. El salón
de clases desierto se ha convertido en el escenario de unas penosas terapias. El niño escucha, de eso no hay duda. Pero hay
que enseñarle a hablar: a pesar de los esfuerzos del maestro, quien lo recibe
a diario, ningún sonido sale de su garganta. Ha ido a visitar a varios terapistas
para recibir consejos. Día tras día, durante horas y horas, repite las palabras, articulando despacio, ayudándose de un espejo,
de dibujos, de música. ; esperando el sonido, el gemido, el balbuceo que pondrá fin al calvario del niño. ¿Qué le sucede?
¿Qué estoy haciendo mal? ¿Dónde está el
error?
La madre estará sentada, en una silla de niño,
torciéndose las manos blancas y finas. Lo sacaré adelante, lo juro. Lo verás cantar. Algunos días, ¡hasta querrás que
se calle! Estoy riéndome solo. ¿Sabes la verdad? Me he acostumbrado a tu compañía silenciosa. El otro día, me quisiste besar
las manos; ya no sabía cómo quitártelas, estábamos luchando y tu hijo comenzó a llorar. Algo estaba sucediendo, huiste. Hiciste
bien.
El
maestro se sobresalta. En vez de pasos furtivos, se oyen pisadas sonoras y hostiles.
Un hombre furioso aparece en el marco de la puerta, seguido por la mujer que intenta jalarlo hacia atrás. Es el padre del pequeño, moreno
y de bigotes, a quien la mujer acaba de confesar lo sucedido con su hijo.
__¡Esta hija de perro lo hizo a escondidas!
¡Operó a mi hijo!¡Lo cuidó en su regazo sin que yo supiera nada! Y ahora le está
usted dando... ¿terapia? ¿ De qué diablos se trata?
__ Señor,
cálmese. Estamos intentando curar a su hijo para que logre hablar.
__Si Alá así lo ha creado, sea respetada su
sagrada voluntad. ¿ Quién se cree que es usted para decidir si un niño que así
ha nacido debe oír y hablar?¡ La intención de Alá no debe ser contrariada!
__Por favor, escúcheme, le voy a explicar...
__¡ Y con un judío! ¿No encontraste mejor,
para atender a mi hijo, que un mugroso judío?
__Le pido que me trate con respeto.
__No quiero siquiera hablar con usted. No quiero
explicaciones. Soy el único que decide del porvenir de mi familia. Esta mujer
pagará por lo que hizo. ¡Maldita!
El hombre, en dos zancadas, alcanza a la mujer
que se ha refugiado en un rincón. El maestro corre a defenderla, pero, de pronto, se oye un sonido ronco, salido desde muy
lejos:
___¡No! Ma..má!¡ Ma...má!
Son las primeras palabras del niño.
El maestro va hacia el niño, lo abraza y lo
echa al aire con un grito de júbilo, para volverlo a atrapar. La madre cae al suelo, sacudida por fuertes sollozos. El padre
se ha quedado inmóvil, sin saber qué decir. Finalmente, recobra la compostura y se acerca al maestro.
__Parece que, después de todo, D-os ha querido
que este niño hable. Quizás, y a pesar de que no estoy de acuerdo, tendré que
agradecerle lo que hizo.
__No me dé las gracias a mí, sino a D-os__responde
el maestro
__¿ Qué D-os? __ pregunta el hombre, desafiante___
¿el suyo o el mío?
__Usted sabe__sonríe el maestro, abrazando
a Abdallá __que D-os es uno
Líbano, septiembre 1976, 10:00 pm
Miriam
“Escucha Israel, D-os es nuestro D-os,
D-os es uno.” Las palabras dan vuelta en mi cabeza como guirnaldas de flores. Mi mano derecha está temblando. La espera
es terrible y es casi un alivio cuando se oyen de nuevo las botas en la escalera y los golpes en la puerta. No importa cómo,
que acabe la tensión...
Mamá abre
y se encuentra con el extremo de una metralleta apuntando hacia su pecho.
__¿ Quiénes son ustedes?¿Qué es lo que quieren?
__exclama con su mejor voz de educadora enojada.
__¡Entreguen al prisionero ¡Sabemos que ustedes
lo tienen escondido! __grita el guerrillero, cortando cartucho con un sonido
horrible, para mostrar que habla en serio.
__¡ Deje en paz a mi esposa! vocifera papá,
empujando a mamá y poniéndose frente al uniformado.
__ Está usted equivocado... No sé de lo que
está hablando...__balbucea mamá.
__ Déjeme decirles___expresa la voz
de un hombre que se quedó atrás, en la sombra.
El guerrillero retrocede.
__ ¿ Me reconocen? Soy el maestro de primaria
de la Alliance. Estoy buscando a mi hermano. Si ustedes saben...
_¡ No digan nada!__suplico en silencio___es
una trampa, quién sabe qué le hicieron al pobre hombre para obligarlo a traicionar a su propio hermano...
De pronto, delante de mis ojos, detrás de los
fedayín, veo moverse la perilla de la puerta de enfrente. ¡ Se está abriendo! Y antes
de que cualquiera alcance a abrir la boca, el prófugo sale como energúmeno de su encierro y se echa, sollozando, en brazos de su hermano.
Diez minutos y algunas explicaciones después,
el maestro nos está dando las gracias:
__ Le salvaron la vida. ¿Puedo hacer algo por
ustedes?
Nos miramos unos a los otros. Ya no podemos
quedarnos en nuestra casa, los guerrilleros saben que allí escondimos a un fugitivo y querrán tomar represalias. Este hombre
puede ayudarnos a huir. Llegar al aeropuerto. Salir del país. Buscar otras latitudes más clementes. Mamá echa una última mirada
a su casa:
__Mi hogar, mis muebles...
Papá la abraza: “No mires atrás. Aún
tenemos a nuestros hijos. Hay mucho por agradecer.”. Tomados de la mano,
cerramos la puerta de lo que fuera nuestra vida.
Adiós Líbano, mi país, mi patria.
D-os
aún existe
Líbano , septiembre 1976, 8:30 am.
El siervo de
Alá
Me
llamo Abdallá, tengo quince años y, como lo indica mi nombre, seré el siervo
de Alá, y dedicaré mi vida al profeta, a la causa del Islam y a nuestro partido Fatah hasta el día de mi muerte.
Ése fue el juramento que hice aquel día que, para mí, constituye
el inicio de mi verdadera vida. Lo que hubo antes, la miseria del puesto de verdura de mi padre, mi madre trabajando de sirvienta
en casa de unos judíos, la desdichada vivienda en un sótano, todo parece sólo una pesadilla que explotó con la guerra.
La guerra
¡Cómo la amo !Puso orden en el mundo caótico que era nuestro. Sabía que algo se preparaba. Las salidas furtivas de mi padre
a medianoche, los rumores de un cambio, el desván que de pronto se transformó en arsenal… Primero, los disturbios en provincia; luego, la capital que se transformó
en campo de batalla: tanques, armas, guerrilleros, disparos y explosiones. Mi padre nombrado jefe de zona, nos cambiamos a
una lujosa residencia, antigua propiedad de unos adinerados cristianos. Todos ahora tenían que rendir pleitesía al jefe y para todo se necesitaba una cuota. Nos hicimos ricos de la noche a la mañana ¡bendito
sea Allá! Ya no soy el hijo del verdulero con los harapos de su hermano mayor. Ahora, llevo uniforme y la cabeza alta.
La guerra
nos ha devuelto la dignidad. La dignidad contenida en el juramento: “Me llamo Abdallá…”
Ese día, vi
prenderse en los ojos de mi padre una chispa de orgullo mezclada con algo de sorpresa, como si me viera por primera vez. Creo
que nunca se había percatado de mi existencia: no era yo su hijo predilecto, pues, de niño, había sido muy enfermizo y tardé
mucho en hablar. Como hijo de la segunda esposa, no valía mucho; su preferido era Ahmed, hijo de la primera, genio de los
estudios, el de los honores. Pero, hoy, ya no hay clases, no hay honores y mi padre se ha dado cuenta de lo debilucho de su
consentido: ayer, en medio de una junta, deshonró a mi apellido diciendo que debíamos negociar una solución pacífica al conflicto
y tirar las armas. ¡Tirar las armas! ¡Como si hubiera otra manera de conseguir una vida digna!
Me
levanté y respondí que la Kalachnikov entregada por mi padre era ya parte de mi cuerpo y que sólo con sangre conquistaríamos
lo que era nuestro: ¡el Líbano! No me confirmaré con menos, grité, y no pararé hasta librar mi país de los malditos cristianos.
Ahmed bajó entonces la mirada y en medio de una gran ovación,
me sacaron del recinto sobre los hombros.
Esa noche,
no pude conciliar el sueño, pensando en las palabras que había pronunciado. Las repetí cientos de veces en una especie de
vértigo. Me quedé dormido al amanecer, y fue hasta tarde que desperté ,al oír unos espantosos gritos y lamentos de mujeres.
Me levanté de un salto, agarré mi metralleta y salí corriendo. En la sala, entre una muchedumbre, yacía
un cuerpo inerte: Amín, hermano de mi padre. A través de los aullidos, me enteré
de lo que había pasado. Un judío había sido asesinado por un francotirador y quedó tendido en la calle. Esta mañana, llegó
otro judío y pidió a mi tío que le ayudara a mover su cadáver para darle digna
sepultura. Al agacharse mi tío, la muerte se lanzó desde las azoteas: un hijo
de perra le alojó una bala en la cabeza.
Era un cuadro lamentable: su esposa, tras el velo, gritaba
como loca; sus hijos pequeños, de ojos desorbitados, abrazados los tres. Eso era injusto: mi tío muerto por culpa de un judío,
probablemente un sionista, un enemigo de nuestro pueblo y de todos los pueblos, ¡gente que amasa el pan con sangre en sus
festividades!
Nuestro código
de honor dictaba venganza. Fue entonces que grité: “¡Muerte a los judíos!” y mi grito repercutió en dos, cuatro,
veinte, cien gargantas- y llenó la casa, la cuadra, el barrio.”¡Muerte a los judíos! era un grito de dolor y de coraje.
Mis hombres querían sangre y corrieron por sus armas. Fue entonces que trajeron del cuello, bajo los golpes y los escupitajos,
al judío responsable de todo: un hombre de mediana edad, barbón y de escaso pelo.
Lo reconocí: era Don Nissim, uno de los clientes del puesto de mi padre , quien ordenaba, con aires de señor, chasqueando
los dedos. ¡Maldito! Probablemente el cómplice del francotirador que ahora cazaban en las azoteas.
Semejaba un
cadáver .La sangre ya no pintaba sus mejillas y sus ojos buscaban a su alrededor
una esperanza, una salvación. De hecho, para nosotros, era ya hombre muerto y su
ejecución un simple trámite.
“¡Abdallá!”,
gritó mi padre “ te toca ultimarlo”. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y pensé: “Llegó la hora.”
“Será la primera vez, mi primer hombre, el privilegio
de quitar la vida, de ser el brazo de Allá. Ya no más disparar al aire o sobre unas latas pintadas de cruces o de estrellas de los judíos”.
Corrí hacia
mi padre y salimos entre la multitud que llevaba al condenado hacia el patio de la mezquita, escenario de las ejecuciones.
“¡Muerte
a los judíos!” seguía sonando mientras yo caminaba con orgullo.
Tres personas
entramos con el prisionero a la mezquita: mi padre decidió dejar a los demás fuera porque
el consenso popular era linchar al asesino. Si lo permitía, lo despedazarían con las manos, pero él quería ver mostrada mi
hombría. Me entregó su pistola. Vendó los ojos del condenado y le ordenó callarse, pues vociferaba a más no poder, pidiendo
ya compasión ya un juicio verdadero.
Cuando se
dio cuenta que nadie le hacía caso, levantó la cabeza y sus labios empezaron a formar unas palabras: estaba rezando. “Es
dudoso que tu D-os se acuerde de ti ahora.”pensé. Unos balazos y soy un hombre.
Empuñé el
arma y apunté. De pronto, llegó mi hermano mayor gritando:”¡Llamada del alto mando!” y se llevó a mi padre y a
su ayudante.
Quedamos el condenado y yo, víctima y verdugo.
“Abdallá!,
no lo hagas” . Detrás de los pilares de la mezquita, salió una sombra velada. “¡Deténte!” decía la voz de
mi madre” ¡Eres aún un niño, no te manches las manos de sangre!”
¿Cómo había
mi madre encontrado la forma de entrar? “Es sólo un judío” le contesté.
__ ¡No lo hagas!- repetía, tratándome de convencer __ ¡
Déjalo ir!
__ Mujer—le
respondí con mi voz más severa___vuelve a tus aposentos y no te entrometas. ¡Éste es asunto de hombres!
Detrás del velo, vi entristecerse y humedecerse sus grandes ojos y : las madres nunca aceptan que sus niños se hagan hombres, pensé. Pero
también vi en sus pupilas algo que parecía satisfacción. Me volteé de un solo movimiento.
El prisionero
había desaparecido.
Líbano, septiembre 1976, 5:00 am
Son las cinco
de la mañana y mis antepasados han de estar revolviendo en su tumba. Permanezco acostado en la oscuridad, boca abajo, como
un ladrón. Cuatro horas tratando de transformarme en piedra, envuelto por frío y tinieblas; me duelen las piernas que no me
atrevo a mover. Mis dedos se me han congelado alrededor del gatillo del rifle de largo alcance. ¿Por qué no reconocerlo? Tengo
miedo. Y como siempre, a pesar de mis quince años y de mi cuerpo de atleta, cuando me invade la angustia, el miedo, el terror
o la mezcla de los tres ,como ahora, en ti pienso, mamá. En la ternura de tu caricia, en el calor de tu abrazo e inmediatamente
me siento mejor. Veo tu imagen, arrodillada delante de tu crucifijo de oro, rezando para que vuelva pronto a ti- cosa algo
improbable- yo, André, tu único hijo.
El niño obediente
y sumiso de tan buenos modales, el primero de su clase, el de los cuadros de honor, el que citan como ejemplo ... “¿Qué
va a hacer de grande?” –preguntaban los maestros- “¿Comerciante como papá? –proponía mi padre. Pero
tú ya lo tenías decidido. “ André será médico, como su bisabuelo. Necesitamos un médico en la familia”. En tu
mirada orgullosa yo me veía corriendo al socorro de los enfermos, curando heridas, salvando vidas...
¡Mamá! Si supieras
lo que estoy a punto de hacer... espero que me perdones.
Cuando me afilié
al partido Kataeb, el partido cristiano que, desde siempre estuvo en el poder en Líbano, nunca me imaginé que las lecciones
de tiro, las largas caminatas y los ejercicios militares me llevarían algún día a esta azotea. Pero tú no tienes la culpa,
la culpa la tiene la guerra, simplemente la guerra: destrucción brutal de mi vida ordenada, de mis sueños, ideales y convicciones.
La ciudad de Beirut,
ciudad cosmopolita, una de las más bellas del mundo, transformada en un conjunto de ruinas dignas de un terremoto; el terremoto
causado por ambiciones políticas que se ha disfrazado de guerra santa entre dos religiones mayoritarias: cristiana y musulmana.
Así se fue desmoronando
el país, como un rompecabezas: zona cristiana, zona musulmana, zona cristiana, zona musulmana, así... hasta el infinito.
Tú quisiste que
me fuera, me quisiste salvar. Me inscribiste en una de las mejores universidades de Inglaterra, compraste mis trajes, sin
olvidar un smoking para las fiestas que son tan elegantes. Madre, cómo te hubiera sorprendido ver que en estas
fiestas visten harapos que avergonzarían a tus sirvientes. Los muchachos peinados a la “punk”, los hombres con
grandes aretes, la droga circulando... ¡Qué fiesta!
Empezaron a pasar
las primeras copas cuando mi compañero de cuarto, un inglés medio loco, me empezó a presentar como our refugee from Lebanon.
Lo iba a callar, diciéndole que no era ningún refugiado y que pagaba bastante cara mi estancia, pero entendí que tenía razón.
Dentro de poco, todos los cristianos seremos refugiados a donde vayamos, porque vamos a perder nuestra patria. Y ¿por
qué? Porque yo estoy en Inglaterra, mi primo está en la Sorbona, no hay quien defienda nuestra causa. ¡Nos están diezmando!
Sí, en muchos países la religión mayoritaria es el cristianismo. Sin embargo, nadie moverá un dedo para ayudarnos: para nosotros
no habrá cruzada. Los cristianos en Líbano están acabados. Verás, madre, por eso volví, mientras tú me crees seguro en otra
parte del mundo...
Traté de irte
a ver. Desde el aeropuerto tomé un taxi que pasó a través de barricadas y me llevó a casa. Las calles estaban desiertas, la
reja se hallaba entreabierta. Una cuadra antes, lo vi: mi casa, legado de nuestra familia de generación en generación, había
sido derrumbada.
Un niño del vecindario
me informó que había sido el resultado de un ataque con mortero. La zona se había vuelto peligrosa. Papá y tú se habían ido y no se sabía su paradero. Probablemente algún hotel. Parafraseando algún adulto,
dijo: “Pues sí , la riqueza no es escudo para las balas.” Las lágrimas me cegaban. Mis pasos me llevaron al cuartel general. En ese momento, apareció nuestro jefe: “Necesito un voluntario
para cerrar una calle”. Lo miré interrogativo.
“¡Necesito
un francotirador! Se trata de que la calle quede inutilizada par que todo tráfico se detenga y podamos iniciar un ataque.
Habrá que esconderse en una azotea que le indicaré .A las ocho de la mañana ,escoger un blanco cualquiera y eliminarlo. Voluntarios, alcen la mano.”
Yo pensé: “Un
blanco cualquiera es una persona de carne y hueso. No voy a ser médico, pero tampoco voy a matar a alguien a sangre fría”.
Te lo juro, eso pensé, madre; pero de repente se volteó hacia mí y dijo: “Claro, éste no es un trabajo para niños falderos
que no quieren arriesgarse y que mamá manda a Inglaterra para cuidarlos”. Sentí la sangre subirme a la cabeza y levanté
la mano. Inmediatamente, supe que había cometido un error, pero lo hecho, hecho está. Tu nombre en su boca sonaba a sacrilegio.
Ya amaneció en
Líbano, patria mía perdida. Las 7:30, mi pierna está hormigueando. La calle silenciosa se empieza a llenar. Pasa un hombre
que parece mi maestro de filosofía. “¿Cuál es la diferencia entre el ser y no ser, André?”. “Simplemente,
una bala, maestro”. Una señora cargando bultos. ¿Será ella mi víctima? Apresura el paso: en la calle hay alguien tirado,
probablemente muerto. Un muchacho alto. Tampoco éste, porque se parece demasiado a mi primo y no vaya a ser la de malas; se
han oído demasiadas historias de francotiradores que han matado a parientes.
Ahí va una muchacha de bonitas piernas:
demasiado joven y guapa para morir. Pero André, no te distraigas.
Se acerca alguien al cuerpo tirado en la calle, es un señor barbudo que está gritando. Llama a alguien, parece que
están tratando de levantar el cuerpo. Llega un hombre con uniforme: ¡Es el enemigo! Contra éste puedo disparar con toda confianza.
Apunta con cuidado, André, sabes que aquí no hay dos oportunidades; después del disparo comienza el infierno para ti.
Disparo: el cuerpo cae encima del que estaba tirado. ¡Bravo, André! ¡Eres todo un héroe! Mi padre quería que yo fuera
comerciante. Mi madre quería un médico.
“André, ¿qué vas a hacer cuando seas grande?”
Líbano, septiembre
1976, 11:00 am Líbano, septiembre 1976, 2:00 p.m.
El maestro
El vehículo corre a su máxima velocidad por las calles desiertas
de Beirut. El conductor está consternado. En sus oídos aún suena la llamada de la esposa de su hermano, con la voz entrecortada
por los sollozos: “¡Está atrapado! Lo iban a ejecutar... Lo están buscando... Habló para despedirse... ¡Se ha escondido!”
¿En qué se habrá metido ahora su hermano? ¿Lo encontrará
aún con vida? ¿Podrá llegar a él a tiempo, desde donde está, cruzando una ciudad atravesada por decenas de barricadas? ¿Qué
puede hacer él, en estas condiciones, un simple maestro que la guerra ha jubilado?
Su labor es la educación de los niños, son las letras, las
risas, las tareas. Pobres niños, que han cambiado sus cuadernos por metralletas y están jugando a la guerra con balas auténticas.
Los ha visto con fusiles que los rebasan en altura. Los hospitales están llenos de pequeños lisiados que dispararon por un
pan o un juguete.
Se acerca al barrio judío; ante sus ojos aparece una barricada.
¡Claro! Hay un niño cuidándola. ¡La guerra es cosa de adultos, dejen a los niños fuera de ella!
Líbano, septiembre 1976,
2:15 p.m.
Barricada al oeste del barrio judío
¡Lo vamos
a encontrar, lo juro...o dejo de llamarme Abdallá! Debe de estar muy cerca, escondido como la rata que es, en las calles del
barrio judío que tenemos cercadas. Creyeron podérmelo quitar, pero simplemente hicieron el juego más interesante: ahora comienza
la cacería. Grupos de hombres están pasando de casa en casa, registrando cada rincón y maltratando “cautelosamente”
a los judíos, pues parece que Radio Israel -los malditos sionistas- sacaron al
aire un comunicado. En él nos advierten que, si algo le sucede a un judío cualquiera, van a desquitarse atacando las posiciones
palestinas en el sur. Es una tontería tomar a esta gente en serio –y mucho menos ceder a sus amenazas- pero órdenes
del alto mando son órdenes y, por ir a atender su llamado, se me escapó el traidor. Ya veremos más adelante, cuando Líbano
sea nuestro: nos ocuparemos de Israel y lo extirparemos, como se extirpa un tumor canceroso. O, según la vieja expresión,
¡arrojaremos a los judíos al mar! Sin embargo, concedí el permiso a mis hombres de llevarse lo que gusten de las casas registradas
–ni falta que le hace a esta gente podrida en dinero. Un grupo está ya en su templo hereje destruyendo todo y quemando
sus libros sagrados. ¡Un poco menos de basura! ¡Al fin limpiaremos Líbano! Entretanto, me encuentro esperando a que el perro
infiel trate de escapar para ejecutarlo como se merece: ésta es la entrada oeste, la que lógicamente escogería para la huída.
Se aproxima un vehículo desde fuera. Es un hombre canoso
de lentes, que me mira con miedo.
__¡Deténgase! ¿A dónde cree que va? ¿Tiene
pase?
__Estoy aquí por un asunto de vida o muerte. Le suplico, joven...
__ ¡Por el nombre del Profeta! ¿Qué asunto es ése?
__Mi hermano está muy enfermo y vengo a llevarlo al
hospital.
__Ése no es asunto de vida o muerte. Si no se ha dado
cuenta, estamos en guerra y la gente muere a diario. Además, nadie ha solicitado un permiso de salida. ¿Quién es usted?
__Mire,
le puedo explicar... Soy judío y vivo en el otro lado de la ciudad. Estos son mis documentos de identidad...
__ ¿Judío?
¡Asqueroso sionista! Sal del vehículo y explica qué vienes a hacer acá.
Ahora
está sudando y trata de balbucear algo. Miro los documentos y una gran satisfacción expande mi pecho. Lo agarro del cuello,
lo saco de su coche y lo voy llevando a empellones hacia el cuartel, mientras pienso: éste es mi día de suerte, mi día de
suerte. En efecto, el “visitante” tiene el mismo apellido que el hombre que estamos buscando.
__¿Tu hermano, es tu hermano el que está enfermo, verdad?
Pues ¿qué crees? Está por empeorar. ¡Si lo conozco bien, al hijo de p…! Ahora mismo me vas a decir dónde se esconde
la rata inmunda. ¡Vas a hablar, vas a revelarlo todo!
Lo empujo hacia adentro, golpeándolo, picándole las
costillas con el rifle. Todos me miran sorprendidos y mi padre se levanta de su silla. Le anuncio con orgullo:
__Padre, la suerte está de nuestro lado. Este hombre
es el hermano del perro que estamos buscando.
Veo a mi padre quedarse inmóvil, con la expresión congelada.
Me volteo hacia el judío y lo veo sonreír. ¡Sonreír! Pero... ¿qué sucede aquí?
Mi padre da un paso adelante y abraza al judío.
.
Líbano, septiembre 1976, 11 am
Miriam
Hace un año,
vi fotos de un ghetto y de campos de concentración.
El maestro
de historia hebrea de mi colegio judío, la Alliance Israelite Universelle, nos mostró una colección de fotografías del Holocausto.
Esto les enseñará que un judío nunca está seguro en ningún lado que no sea el Estado de Israel. A mitad de la clase, pedí permiso de salir y fui a vomitar mi desayuno al baño. En la galería de horrores,
recuerdo especialmente la foto de un niño esquelético moribundo tirado a media calle
en el barrio judío: la gente pasaba encima de su cuerpo con mucho cuidado de no tocarlo. Estaba aún vivo, tenía la mirada perdida. ¿Acaso era posible, me preguntaba, que la muerte de alguien diferente pareciera tan lógica, tan normal? Me tranquilizaba pensando: soy libanesa,
eso nunca sucederá aquí. Es simplemente otro país, otro tiempo, otra dimensión. Otra suerte.
Líbano.
Paraíso del vivir, el aire fresco de tus montañas fue el primero que inhalé , el que me dio vida y que siempre olerá a hogar.
El calor de tus noches de verano cuando sopla el jamsín. Tus bosques de pino. El
sabor de tu mar, el Mediterráneo. El orgullo del cedro milenario de tu bandera. Mi patria.
Aún
así, Líbano era un país árabe. En mayo de1948, el día que siguió el nacimiento del Estado de Israel, Líbano fue uno de los
diez países árabes que le declararon la guerra. Los libaneses judíos se volvieron “incómodos”:¿cómo conciliar
su nacionalidad con el hecho de que, en sus mismas fronteras, se estableciera una nación autodenominada “hogar
judío nacional”? ¿ La ira árabe iría a extenderse a la pequeña comunidad judía? Además,
¿sobreviviría este pequeño estado al desmedido ataque ? Sin embargo, ganó sorpresivamente la contienda y se presentó como una opción válida para los judíos del mundo. En 1967, después de la Guerra de los Seis
Días, fuimos testigos del traslado de gran parte de nuestra comunidad a Israel. Entre los que se fueron estaban mi maestro
de historia hebrea, mis tíos y mis abuelos. Pero papá, quien había llegado a
Líbano como refugiado de Siria, decidió: no más éxodos. Allí comprendí lo difícil que es desprenderse de un hogar, por
muy humilde que sea.
Seguimos en
Líbano, una paradoja viviente, unos invitados muy especiales. La posición del gobierno era : nos declaramos en contra de los
sionistas, no de los judíos. Pueden quedarse. Discreción: nada de ostentar símbolos religiosos, pues significa una provocación:
recibí una sonora cachetada por salir a la calle con una cadena de la cual colgaba una estrella de David. Si te llamas “Israel”o
“Josué” o se te ocurre hablar en hebreo, no hay garantías: la protección del gobierno tiene límites.. No te alejes
del barrio judío, no te des a notar, no hagas olas.
Los dirigentes
comunitarios tenían buenas relaciones con las autoridades. El presidente de Líbano
visitaba la sinagoga en Rosh Hashaná, el año nuevo judío, para presentar sus parabienes. De pronto, miembros de la
comunidad desaparecían sin que el hecho tuviera grandes repercusiones.
Recuerdo que un alto directivo de la comunidad
fue encontrado, un día, desmembrado y encostalado, en el portón del templo judío: había sido acusado de espiar para Israel y entregado para ser interrogado
a la policía siria. Pero la comunidad judía- aunque muy disminuida y con una juventud casi inexistente- siguió viviendo con
tranquilidad.
Cruza sobre el moribundo, haz como que no pasa nada.
Más adelante,
estalló la guerra civil. Mi mundo se derrumbaba. Esta vez, el argumento de papá para no empacar fue el siguiente: esta guerra
es entre cristianos y musulmanes. Si nos quedamos callados y aguantamos la trifulca, pasará como una pesadilla y podremos
volver a nuestra bendita vida. Así nos convenció papá. Y yo creí posible
este acuerdo con el destino. Hasta hoy.
Hoy, por primera vez en mis quince años de vida, oí el grito:”Muerte
a los judíos” salir de una , de cien, de mil bocas, con un rencor y un odio reprimidos desde generaciones. Brotó de
boca de mi vecino, el abarrotero, que saludaba yo todas las mañanas; surgió de las entrañas de los compañeros de mi niñez;
reveló el dolor que fermentaba ¿desde siempre? en mis conciudadanos, mis paisanos, mis hermanos. ¿Qué hice, qué errores cometí,
para ser merecedora de tal aborrecimiento?
De pronto, comprendo que dejé de ser la hija del país.
Soy el enemigo, el culpable de todos los males, sobre el que se puede descargar ira y dolor. Mi país se ha transformado en
una trampa, mi calle en un ghetto, mi casa en una ratonera.
Mis padres,
mis hermanos y yo estamos sentados en el piso, como unos deudos, apretados unos contra los otros, los rostros enrojecidos,
los ojos cerrados, con el único recurso que nos queda: el rezo. ¿Cuánto tardarán los gritos amenazadores en llegar a nuestra puerta, derribarla y entrar?
Me volteo hacia papá:
___ ¿Verdad que vamos a estar bien?
Y, por primera vez en mi vida, lo oigo contestar:
___No sé, hija, no sé...
¿Quién asesará
el primer golpe? ¿Qué cosas veré antes del final? Pienso en el cuchillo de cocina que aguarda en la oscuridad del cajón. ¿Por
qué nunca aprendí a defenderme? ¿Cómo creí que eso nunca me sucedería? No sé lo que más me asusta, si las kalashnikov y los revólveres, o los ojos de esos hombres vueltos bestias, ojos hambrientos de venganza y de sangre,
ojos que ya no me reconocen y sólo ven en mí el judío eterno, maldito. El pueblo elegido, a veces para la muerte.
Las botas
de los soldados suenan en las escaleras. ¡Sálvanos. D-os! Nomás te tenemos a Ti. ¡Haz el milagro! Nuestras bocas pronuncian
la letanía que es la profesión de fe del judaísmo, la oración por excelencia: el Shemá Israel. Escucha, Israel D-os es
nuestro D-os , D-os es uno . Bendito sea el trono majestuoso de Su reinado para
siempre jamás.
Ruego que llena la mente y aparta el miedo . Palabras mágicas
que alejan las imágenes del Holocausto y el ruido de las botas. Canto sagrado que cubre todo bajo un velo opaco.¿ Última oración?
De pronto, ¡golpes en la puerta con cachas de metralletas!
Lo que está escrito sobre la frente, lo ha de ver el ojo. Mi madre se levanta y, con valor, le abre al destino.
Líbano, septiembre 1976, 12:15 pm
Miriam
Entra furtivamente un soldado, arrastrando a un hombre pálido
y desencajado, quien está balbuceando palabras sin sentido. El soldado ¿no es, acaso, el zapatero de la esquina ataviado con
un uniforme de fedayin? Y el fantasma que delira ¿no es Don Nissim, un conocido comerciante?
El uniformado
toma la palabra:”Señora, no tenga miedo: soy yo, Ibrahim. Me he unido a las fuerzas palestinas. Este hombre es judío
como ustedes. Lo quieren ejecutar, pues por su culpa, un francotirador mató a un musulmán. La esposa del jefe de zona me pidió
socorrerle, y lo salvé de milagro. Ustedes siempre han sido buenos conmigo: por ello vine aquí. Escóndanlo y procuren que
nadie sepa su paradero. Si eso sucede, ustedes también estarán implicados en el asesinato y correrán su misma suerte.”
Estamos intentando asimilar el flujo de palabras.
“Mi presencia
aquí es peligrosa para ustedes. Hasta otra ocasión. Buena suerte.”
Atónitos,
lo vemos salir. Mamá sienta al hombre, quien está tartamudeando: “No, por favor, no me fusilen, soy inocente. Baja tu
arma, te lo ruego ¡Yo sólo quería levantar al muerto!”
“Cálmese, usted ya está seguro, está entre amigos”.Un
vaso de agua detiene el temblor que lo agita. Estamos interrogándonos con la mirada, buscando una solución, una forma de salir
del atolladero.
Parecía imposible que nuestra situación empeorara, y sin
embargo... Nuestro invitado inesperado, buscado por todos los soldados, constituye para nosotros una nueva amenaza. ¿Qué podemos
hacer? Si no nos encuentran los cazadores de judíos, lo harán quienes buscan a este hombre. Y seremos cómplices de su crimen.
__Tengo una idea__ dice mamá.__ ¡El departamento de enfrente!
Una luz de esperanza atraviesa nuestras miradas. El departamento
contiguo está vacío ya que sus habitantes han huido, dejándolo con todo y llaves a nuestro cuidado.
__ Una vez repuesto, lo esconderemos allí. Si llegan sus
perseguidores, no lo encontrarán con nosotros…
Nos abocamos a tranquilizar al hombre y le explicamos nuestro
plan. Cuando la puerta del departamento vecino se cierra tras de él, dejamos escapar un suspiro de alivio. Ahora, la espera
comienza.
Ese día, mamá había preparado un guiso de garbanzos. Estaba destinado a descomponerse y pudrirse
intacto. Un rezo judío dice: Danos ropa para vestir y alimento para comer. Los sabios explican: la bendición de D-os
no consiste en sólo poseer el alimento, sino tener la oportunidad de comerlo en paz.
Hasta hoy, el guiso de garbanzos trae a mi memoria el recuerdo
de esta terrible jornada.
Líbano,
septiembre 1976, 1.00 p.m.
Nissim
Mientras
decenas de guerrilleros lo están buscando por todo el barrio, Nissim es simplemente un hombre dando vueltas en la oscuridad.
Prisionero en un lugar desconocido. Solo y con el tiempo prestado. Sus piernas
ya se han acostumbrado a la distancia que hay entre una pared y otra, distancia que recorre sin cesar como autómata.
¿ Cómo fui tan inconsciente? ¿Por qué no salí del país cuando
tuve la oportunidad?
Aunque tenía dinero, no quise renunciar a mis pertenencias.
Me quedé a cobrar lo que la gente me debía, a vender mis bienes. Cosa de unas
semanas. Pasaron meses. Y llegó esa fatídica mañana...
Esa
mañana, la vida seguía su curso, si así puede llamársele la estancia en un país en guerra.
Hay
tregua, anunció, iré a cobrar la mercancía que le vendí a Fawzi. No salgas, dijo Sara, te lo ruego, ayer soñé a mi abuela
Nezly, me decía :el café se va a derramar del pocillo, ten cuidado. Hubieras callado,
Sara, es cuando sale de la boca que la palabra cobra vida. Le contestó : habrá
alguna remota posibilidad, Sara, de que la abuela Nezly, D-os la conserve en el paraíso y lejos de nosotros, te indique la
forma de subsistir en estas condiciones y sin dinero? Ironía de los necios.
Se dirigió
hacia la puerta maldiciendo los sextos sentidos y los sueños premonitorios, y la niña de los grandes ojos se le colgó de la
pierna y pidió, ¿puedo ir, papá, por favor papá , estoy aburrida? Y de su cuarto salió el pequeño, blanco y rubio como un
angelito y balbuceó: cómprame una pistola. Y todo aquello, la guerra, los hijos, el ser padre de familia, le había parecido
un terrible fardo en esta mañana. Creo que, por un instante solamente, simplemente
así, en un ínfimo rincón de mi cerebro, deseé que ya no existieran y que estuviera tranquilo. Azoté la puerta.
A través
del desorden que reina en su cabeza, vuelve, insistente, una imagen que lo obsesiona. Al llegar a la calle, oyó gritar su
nombre. Sara estaba asomada al balcón, casi medio cuerpo afuera, con su bata azul acolchada de casa. “¿Qué hay?”le
había gritado, furioso de que lo detuviera.”!Allá Maak ¡, ¡Que D-os te acompañe!” le lanzó con una voz húmeda
y enseguida desapareció. Así te recordaré, Sara, desde el otro mundo. Ojalá me hubieras
insultado, escupido. La suerte hubiera sido otra. No. Me estoy volviendo loco, me arde el cerebro.
Esa mañana,
la vida seguía su curso, si así puede llamársele la estancia en un país en guerra.
Nissim bajó la calle y se topó con el cadáver de un viejito
solitario que conocía, el cuidador de la sinagoga. Una mujer gritaba que había sido la balacera del día de ayer, que le habían
tocado tiros cruzados. Otra rebatió que de seguro lo habían matado para quitarle sus ahorros. Qué más da, aquí la gente
muere como moscas. ¿Qué significa un cadáver más? Maldita sea, no podré ir a cobrar. Había que enterrarlo en el panteón
judío. Avisar a los demás para, siquiera, rezarle un kadish. Mientras, cargarlo
y acostarlo en su mísero cuarto detrás de la sinagoga.
Nissim intenta asir el cuerpo por los hombros y arrastrarlo,
pero pesa demasiado. A la puerta del cuartel, un amigo de él, Amín, en uniforme de fedayín,
fuma un cigarrillo .En cámara lenta, su mente reconstituye la escena: Amín que se agacha sobre el cuerpo y su mirada atónita
cuando recibe la bala en la cabeza.¡ Maldito francotirador! Cae encima del otro,
abrazándolo, ya son dos los cuerpos que habrá que enterrar…y el mío si me hallan.
Sara sale
al balcón, despidiéndolo, acongojada. No veré la expresión de tu cara cuando te den
la noticia de mi muerte. No hagas escándalos. No enrollaré las filacterias al brazo de tu hijo el día de su Bar Mitzvá. No
llevaré a la niña al palio nupcial. Nunca sabrás cuánto te quise con los bordes caídos de tu cara y esta bata azul acolchada
y deslavada. Si se me concediera un solo deseo, el del condenado, eso haría: limpiar esta lágrima que quedó colgada sobre
tu labio.
Sus ojos escudriñan las sombras, buscando reconocer los
muebles. Corre hacia la mesita. Sus dedos febriles encuentran el objeto negro y comienzan a marcar.
Esa mañana, la vida seguía su curso, si así puede llamársele la estancia
en un país en guerra.
Líbano, septiembre
1976, 2:00 p.m.
El maestro
El vehículo corre a su máxima velocidad por las calles desiertas
de Beirut. El conductor está consternado. En sus oídos aún suena la llamada de la esposa de su hermano, con la voz entrecortada
por los sollozos: “¡Está atrapado! Lo iban a ejecutar... Lo están buscando... Habló para despedirse... ¡Se ha escondido!”
¿En qué se habrá metido ahora su hermano? ¿Lo encontrará
aún con vida? ¿Podrá llegar a él a tiempo, desde donde está, cruzando una ciudad atravesada por decenas de barricadas? ¿Qué
puede hacer él, en estas condiciones, un simple maestro que la guerra ha jubilado?
Su labor es la educación de los niños, son las letras, las
risas, las tareas. Pobres niños, que han cambiado sus cuadernos por metralletas y están jugando a la guerra con balas auténticas.
Los ha visto con fusiles que los rebasan en altura. Los hospitales están llenos de pequeños lisiados que dispararon por un
pan o un juguete.
Se acerca al barrio judío; ante sus ojos aparece una barricada.
¡Claro! Hay un niño cuidándola. ¡La guerra es cosa de adultos, dejen a los niños fuera de ella!
Líbano, septiembre 1976, 2:15 p.m. Barricada al oeste del barrio judío
¡Lo vamos
a encontrar, lo juro...o dejo de llamarme Abdallá! Debe de estar muy cerca, escondido como la rata que es, en las calles del
barrio judío que tenemos cercadas. Creyeron podérmelo quitar, pero simplemente hicieron el juego más interesante: ahora comienza
la cacería. Grupos de hombres están pasando de casa en casa, registrando cada rincón y maltratando “cautelosamente”
a los judíos, pues parece que Radio Israel -los malditos sionistas- sacaron al
aire un comunicado. En él nos advierten que, si algo le sucede a un judío cualquiera, van a desquitarse atacando las posiciones
palestinas en el sur. Es una tontería tomar a esta gente en serio –y mucho menos ceder a sus amenazas- pero órdenes
del alto mando son órdenes y, por ir a atender su llamado, se me escapó el traidor. Ya veremos más adelante, cuando Líbano
sea nuestro: nos ocuparemos de Israel y lo extirparemos, como se extirpa un tumor canceroso. O, según la vieja expresión,
¡arrojaremos a los judíos al mar! Sin embargo, concedí el permiso a mis hombres de llevarse lo que gusten de las casas registradas
–ni falta que le hace a esta gente podrida en dinero. Un grupo está ya en su templo hereje destruyendo todo y quemando
sus libros sagrados. ¡Un poco menos de basura! ¡Al fin limpiaremos Líbano! Entretanto, me encuentro esperando a que el perro
infiel trate de escapar para ejecutarlo como se merece: ésta es la entrada oeste, la que lógicamente escogería para la huída.
Se aproxima un vehículo desde fuera. Es un hombre canoso
de lentes, que me mira con miedo.
__¡Deténgase! ¿A dónde cree que va? ¿Tiene
pase?
__Estoy aquí por un asunto de vida o muerte. Le suplico, joven...
__ ¡Por el nombre del Profeta! ¿Qué asunto es ése?
__Mi hermano está muy enfermo y vengo a llevarlo al
hospital.
__Ése no es asunto de vida o muerte. Si no se ha dado
cuenta, estamos en guerra y la gente muere a diario. Además, nadie ha solicitado un permiso de salida. ¿Quién es usted?
__Mire,
le puedo explicar... Soy judío y vivo en el otro lado de la ciudad. Estos son mis documentos de identidad...
__ ¿Judío?
¡Asqueroso sionista! Sal del vehículo y explica qué vienes a hacer acá.
Ahora
está sudando y trata de balbucear algo. Miro los documentos y una gran satisfacción expande mi pecho. Lo agarro del cuello,
lo saco de su coche y lo voy llevando a empellones hacia el cuartel, mientras pienso: éste es mi día de suerte, mi día de
suerte. En efecto, el “visitante” tiene el mismo apellido que el hombre que estamos buscando.
__ ¿Tu hermano, es tu hermano el que está enfermo,
verdad? Pues ¿qué crees? Está por empeorar. ¡Si lo conozco bien, al hijo de p…! Ahora mismo me vas a decir dónde se
esconde la rata inmunda. ¡Vas a hablar, vas a revelarlo todo!
Lo empujo hacia adentro, golpeándolo, picándole las
costillas con el rifle. Todos me miran sorprendidos y mi padre se levanta de su silla. Le anuncio con orgullo:
__Padre, la suerte está de nuestro lado. Este hombre
es el hermano del perro que estamos buscando.
Veo a mi padre quedarse inmóvil, con la expresión congelada.
Me volteo hacia el judío y lo veo sonreír. ¡Sonreír! Pero... ¿qué sucede aquí?
Mi padre da un paso adelante y abraza al judío.
Líbano , octubre1966, 6:00 PM ( Diez años atrás)
El maestro
En la Alianza israelita de Beirut, la escuela oficial judía,
acaba un día más de labores. Los padres han acudido a llevarse a sus hijos y el edificio está desierto. Una sola persona,
aparte del portero, trabaja tarde, como siempre, porque nadie lo espera en casa: el maestro de primaria, quien, por amor a
los niños, ha elegido una vida casi de sacerdocio.
Se detiene
un instante, deja el lápiz y limpia cuidadosamente sus anteojos. ¿Valen la pena tantos desvelos para formar a niños cuya característica
principal es la ingratitud? He de estar cansado, es una pregunta que sólo me hago cuando estoy cercano al agotamiento.
Educar es lo que sé hacer; es mi misión. Un niño es un milagro, una apuesta viva al futuro, un pedazo de arcilla informe.
Es lo que haces de él.
Escucha un ruido del lado de la puerta. Levanta los ojos
y, sorprendido, evalúa la visión: una mujer velada cargando a un niño de cinco años. Sus ojos se encuentran y la mujer voltea
la cara hacia la salida. No te vayas, estoy tan solo.
__Señora, espere ¿ Le puedo ayudar en algo? Por favor, siéntese.
La mujer ha vaciado el alma. Su hijo nació sordomudo, ninguna
escuela lo recibe y no posee recursos para darle educación especial. Las lágrimas
aparecen al borde de sus grandes ojos y ella las rechaza de un revés de la mano:
ya lloró mucho y de nada le ha servido a su pequeño. Es sirvienta en casa de
unos judíos y allí escuchó hablar del maestro, de su dedicación, de su paciencia. Decidió entonces acudir a él, a pesar de
que una mujer musulmana decente no visita sola a un hombre. Su voz tiembla a
través del velo y el maestro no puede dejar de pensar que ha de ser hermosa.
__Le aconsejo, para comenzar, un examen médico. Conozco
alguien que lo puede atender...
Un amigo del
maestro es médico. En una corta misiva, él explica el caso del niño con la recomendación de sólo cobrar algo simbólico. La
mujer parte como una sombra, su bien más preciado apretado sobre el pecho.
Al día siguiente,
cuando está por salir a trabajar, el teléfono suena. Es el médico: “El niño que me enviaste necesita una intervención
quirúrgica. Claro, quedará bien.. Será costoso, creo que demasiado para estas personas. ¿Vas a asumir tú mismo los gastos?
De acuerdo. Después, tendrá que recibir una larga terapia. Por supuesto, te explicaré como dársela. Pero dime, por favor:
¿por qué lo haces? ¿Cuál es tu relación con esa familia de musulmanes?”
El maestro
sonríe y piensa; hay gente que no entiende que un niño es un niño, sea cual fuere su color de piel o su religión. Tiene derecho
a escuchar el canto de los pájaros y la voz de su madre. Estamos aquí para arreglar el mundo.
Y sí, tengo un interés propio: No tendré hijos, pero dejaré algo, una
huella: alguien recordará que fui bueno con él. ¿Cuánto pesa ante eso la caja de lámina donde guardo lo que me sobra de mi
sueldo? Ahora es cuando. Casi le queman las manos los billetes, le urge deshacerse
de ellos, dárselos a la mujer que, él sabe, llegará después de clases con el niño. El niño
que estoy por sacar del silencio.
Líbano, Diciembre 1966, 6:00 PM
El maestro está sentado, esperando. El salón de clases desierto
se ha convertido en el escenario de unas penosas terapias. El niño escucha, de eso no hay duda. Pero hay que enseñarle a hablar:
a pesar de los esfuerzos del maestro, quien lo recibe a diario, ningún sonido sale de su garganta. Ha ido a visitar a varios terapistas para recibir consejos. Día tras
día, durante horas y horas, repite las palabras, articulando despacio, ayudándose de un espejo, de dibujos, de música. ; esperando
el sonido, el gemido, el balbuceo que pondrá fin al calvario del niño. ¿Qué le sucede?
¿Qué estoy haciendo mal? ¿Dónde está el error?
La madre estará sentada, en una silla de niño, torciéndose
las manos blancas y finas. Lo sacaré adelante, lo juro. Lo verás cantar. Algunos días, ¡hasta querrás que se calle! Estoy
riéndome solo. ¿Sabes la verdad? Me he acostumbrado a tu compañía silenciosa. El otro día, me quisiste besar las manos; ya
no sabía cómo quitártelas, estábamos luchando y tu hijo comenzó a llorar. Algo estaba sucediendo, huiste. Hiciste bien.
El maestro
se sobresalta. En vez de pasos furtivos, se oyen pisadas sonoras y hostiles.
Un hombre furioso aparece en el marco de la puerta, seguido por la mujer que intenta jalarlo hacia atrás. Es el padre del pequeño, moreno
y de bigotes, a quien la mujer acaba de confesar lo sucedido con su hijo.
__¡Esta hija de perro lo hizo a escondidas! ¡Operó a mi
hijo!¡Lo cuidó en su regazo sin que yo supiera nada! Y ahora le está usted dando...
¿terapia? ¿ De qué diablos se trata?
__ Señor, cálmese.
Estamos intentando curar a su hijo para que logre hablar.
__Si Alá así lo ha creado, sea respetada su sagrada voluntad.
¿ Quién se cree que es usted para decidir si un niño que así ha nacido debe oír
y hablar?¡ La intención de Alá no debe ser contrariada!
__Por favor, escúcheme, le voy a explicar...
__¡ Y con un judío! ¿No encontraste mejor, para atender
a mi hijo, que un mugroso judío?
__Le pido que me trate con respeto.
__No quiero siquiera hablar con usted. No quiero explicaciones.
Soy el único que decide del porvenir de mi familia. Esta mujer pagará por lo
que hizo. ¡Maldita!
El hombre, en dos zancadas, alcanza a la mujer que se ha
refugiado en un rincón. El maestro corre a defenderla, pero, de pronto, se oye un sonido ronco, salido desde muy lejos:
___¡No! Ma..má!¡ Ma...má!
Son las primeras palabras del niño.
El maestro va hacia el niño, lo abraza y lo echa al aire
con un grito de júbilo, para volverlo a atrapar. La madre cae al suelo, sacudida por fuertes sollozos. El padre se ha quedado
inmóvil, sin saber qué decir. Finalmente, recobra la compostura y se acerca al maestro.
__Parece que, después de todo, D-os ha querido que este
niño hable. Quizás, y a pesar de que no estoy de acuerdo, tendré que agradecerle lo que hizo.
__No me dé las gracias a mí, sino a D-os__responde el maestro
__¿ Qué D-os? __ pregunta el hombre, desafiante___ ¿el suyo
o el mío?
__Usted sabe__sonríe el maestro, abrazando a Abdallá __que
D-os es uno
Líbano, septiembre 1976, 10:00 pm
Miriam
“Escucha Israel, D-os es nuestro D-os, D-os es uno.”
Las palabras dan vuelta en mi cabeza como guirnaldas de flores. Mi mano derecha está temblando. La espera es terrible y es
casi un alivio cuando se oyen de nuevo las botas en la escalera y los golpes en la puerta. No importa cómo, que acabe la tensión...
Mamá abre y
se encuentra con el extremo de una metralleta apuntando hacia su pecho.
__¿ Quiénes son ustedes?¿Qué es lo que quieren? __exclama
con su mejor voz de educadora enojada.
__¡Entreguen al prisionero ¡Sabemos que ustedes lo tienen
escondido! __grita el guerrillero, cortando cartucho con un sonido horrible,
para mostrar que habla en serio.
__¡ Deje en paz a mi esposa! vocifera papá, empujando a
mamá y poniéndose frente al uniformado.
__ Está usted equivocado... No sé de lo que está hablando...__balbucea
mamá.
__ Déjeme decirles___expresa la voz de un hombre
que se quedó atrás, en la sombra.
El guerrillero retrocede.
__ ¿ Me reconocen? Soy el maestro de primaria de la Alliance.
Estoy buscando a mi hermano. Si ustedes saben...
_¡ No digan nada!__suplico en silencio___es una trampa,
quién sabe qué le hicieron al pobre hombre para obligarlo a traicionar a su propio hermano...
De pronto, delante de mis ojos, detrás de los fedayín,
veo moverse la perilla de la puerta de enfrente. ¡ Se está abriendo! Y antes de
que cualquiera alcance a abrir la boca, el prófugo sale como energúmeno de su encierro y se echa, sollozando, en brazos de su hermano.
Diez minutos y algunas explicaciones después, el maestro
nos está dando las gracias:
__ Le salvaron la vida. ¿Puedo hacer algo por ustedes?
Nos miramos unos a los otros. Ya no podemos quedarnos en
nuestra casa, los guerrilleros saben que allí escondimos a un fugitivo y querrán tomar represalias. Este hombre puede ayudarnos
a huir. Llegar al aeropuerto. Salir del país. Buscar otras latitudes más clementes. Mamá echa una última mirada a su casa:
__Mi hogar, mis muebles...
Papá la abraza: “No mires atrás. Aún tenemos a nuestros hijos. Hay mucho por agradecer.”. Tomados de la mano, cerramos la puerta
de lo que fuera nuestra vida.
Adiós Líbano, mi país, mi patria.
D-os aún existe
Líbano , septiembre 1976, 8:30 am.
El siervo de Alá
Me llamo Abdallá, tengo quince años
y, como lo indica mi nombre, seré el siervo de Alá, y dedicaré mi vida al profeta, a la causa del Islam y a nuestro partido
Fatah hasta el día de mi muerte.
Ése fue
el juramento que hice aquel día que, para mí, constituye el inicio de mi verdadera vida. Lo que hubo antes, la miseria del
puesto de verdura de mi padre, mi madre trabajando de sirvienta en casa de unos judíos, la desdichada vivienda en un sótano,
todo parece sólo una pesadilla que explotó con la guerra.
La guerra ¡Cómo la amo !Puso orden en el mundo caótico que era nuestro. Sabía que
algo se preparaba. Las salidas furtivas de mi padre a medianoche, los rumores de un cambio, el desván que de pronto se transformó
en arsenal… Primero, los disturbios en provincia; luego, la capital que se transformó en campo de batalla: tanques, armas, guerrilleros, disparos y explosiones.
Mi padre nombrado jefe de zona, nos cambiamos a una lujosa residencia, antigua propiedad de unos adinerados cristianos. Todos
ahora tenían que rendir pleitesía al jefe y para todo se necesitaba una cuota.
Nos hicimos ricos de la noche a la mañana ¡bendito sea Allá! Ya no soy el hijo del verdulero con los harapos de su hermano
mayor. Ahora, llevo uniforme y la cabeza alta.
La guerra nos ha devuelto la dignidad. La dignidad contenida en el juramento: “Me
llamo Abdallá…”
Ese día, vi prenderse en los ojos de mi padre una chispa de orgullo mezclada con algo
de sorpresa, como si me viera por primera vez. Creo que nunca se había percatado de mi existencia: no era yo su hijo predilecto,
pues, de niño, había sido muy enfermizo y tardé mucho en hablar. Como hijo de la segunda esposa, no valía mucho; su preferido
era Ahmed, hijo de la primera, genio de los estudios, el de los honores. Pero, hoy, ya no hay clases, no hay honores y mi
padre se ha dado cuenta de lo debilucho de su consentido: ayer, en medio de una junta, deshonró a mi apellido diciendo que
debíamos negociar una solución pacífica al conflicto y tirar las armas. ¡Tirar las armas! ¡Como si hubiera otra manera de
conseguir una vida digna!
Me levanté y respondí que la Kalachnikov entregada por mi padre era ya
parte de mi cuerpo y que sólo con sangre conquistaríamos lo que era nuestro: ¡el Líbano! No me confirmaré con menos, grité,
y no pararé hasta librar mi país de los malditos cristianos.
Ahmed
bajó entonces la mirada y en medio de una gran ovación, me sacaron del recinto sobre los hombros.
Esa noche, no pude conciliar el sueño, pensando en las palabras que había pronunciado.
Las repetí cientos de veces en una especie de vértigo. Me quedé dormido al amanecer, y fue hasta tarde que desperté ,al oír
unos espantosos gritos y lamentos de mujeres.
Me levanté de un salto, agarré mi metralleta
y salí corriendo. En la sala, entre una muchedumbre, yacía un cuerpo inerte: Amín, hermano de mi padre. A través de los aullidos, me enteré de lo que había pasado. Un judío había sido asesinado por un francotirador y quedó
tendido en la calle. Esta mañana, llegó otro judío y pidió a mi tío que le ayudara
a mover su cadáver para darle digna sepultura. Al agacharse mi tío, la muerte se lanzó desde
las azoteas: un hijo de perra le alojó una bala en la cabeza.
Era un
cuadro lamentable: su esposa, tras el velo, gritaba como loca; sus hijos pequeños, de ojos desorbitados, abrazados los tres.
Eso era injusto: mi tío muerto por culpa de un judío, probablemente un sionista, un enemigo de nuestro pueblo y de todos los
pueblos, ¡gente que amasa el pan con sangre en sus festividades!
Nuestro código de honor dictaba venganza. Fue entonces que grité: “¡Muerte a
los judíos!” y mi grito repercutió en dos, cuatro, veinte, cien gargantas- y llenó la casa, la cuadra, el barrio.”¡Muerte
a los judíos! era un grito de dolor y de coraje. Mis hombres querían sangre y corrieron por sus armas. Fue entonces que trajeron
del cuello, bajo los golpes y los escupitajos, al judío responsable de todo: un hombre de mediana edad, barbón y de escaso pelo. Lo reconocí: era Don Nissim, uno de los clientes del puesto de mi padre , quien ordenaba,
con aires de señor, chasqueando los dedos. ¡Maldito! Probablemente el cómplice del francotirador que ahora cazaban en las
azoteas.
Semejaba un cadáver .La sangre ya no pintaba sus mejillas y sus ojos buscaban a su alrededor una esperanza, una salvación. De hecho, para nosotros, era ya hombre
muerto y su ejecución un simple trámite.
“¡Abdallá!”, gritó mi padre “ te toca ultimarlo”. Un escalofrío
recorrió mi cuerpo y pensé: “Llegó la hora.”
“Será
la primera vez, mi primer hombre, el privilegio de quitar la vida, de ser el brazo de Allá. Ya no más disparar al aire o sobre
unas latas pintadas de cruces o de estrellas de los judíos”.
Corrí hacia mi padre y salimos entre la multitud que llevaba al condenado hacia el
patio de la mezquita, escenario de las ejecuciones.
“¡Muerte a los judíos!” seguía sonando mientras yo caminaba con orgullo.
Tres personas entramos con el prisionero a la mezquita: mi padre decidió dejar a los
demás fuera porque el consenso popular era linchar al asesino. Si lo permitía,
lo despedazarían con las manos, pero él quería ver mostrada mi hombría. Me entregó su pistola. Vendó los ojos del condenado
y le ordenó callarse, pues vociferaba a más no poder, pidiendo ya compasión ya un juicio verdadero.
Cuando se dio cuenta que nadie le hacía caso, levantó la cabeza y sus labios empezaron
a formar unas palabras: estaba rezando. “Es dudoso que tu D-os se acuerde de ti ahora.”pensé. Unos balazos y soy
un hombre.
Empuñé el arma y apunté. De pronto, llegó mi hermano mayor gritando:”¡Llamada
del alto mando!” y se llevó a mi padre y a su ayudante.
Quedamos
el condenado y yo, víctima y verdugo.
“Abdallá!, no lo hagas” . Detrás de los pilares de la mezquita, salió
una sombra velada. “¡Deténte!” decía la voz de mi madre” ¡Eres aún un niño, no te manches las manos de sangre!”
¿Cómo había mi madre encontrado la forma de entrar? “Es sólo un judío”
le contesté.
__ ¡No
lo hagas!- repetía, tratándome de convencer __ ¡ Déjalo ir!
__ Mujer—le respondí con mi voz más severa___vuelve a tus aposentos y no te entrometas.
¡Éste es asunto de hombres!
Detrás
del velo, vi entristecerse y humedecerse sus grandes ojos y : las madres nunca
aceptan que sus niños se hagan hombres, pensé. Pero también vi en sus pupilas algo que parecía satisfacción. Me volteé de
un solo movimiento.
El prisionero había desaparecido.
Líbano, septiembre 1976, 5:00 am
Son las cinco de la mañana y mis antepasados han de estar revolviendo en su tumba. Permanezco
acostado en la oscuridad, boca abajo, como un ladrón. Cuatro horas tratando de transformarme en piedra, envuelto por frío
y tinieblas; me duelen las piernas que no me atrevo a mover. Mis dedos se me han congelado alrededor del gatillo del rifle
de largo alcance. ¿Por qué no reconocerlo? Tengo miedo. Y como siempre, a pesar de mis quince años y de mi cuerpo de atleta,
cuando me invade la angustia, el miedo, el terror o la mezcla de los tres ,como ahora, en ti pienso, mamá. En la ternura de
tu caricia, en el calor de tu abrazo e inmediatamente me siento mejor. Veo tu imagen, arrodillada delante de tu crucifijo
de oro, rezando para que vuelva pronto a ti- cosa algo improbable- yo, André, tu único hijo.
El niño obediente y sumiso de tan buenos modales, el primero de su clase, el de los cuadros
de honor, el que citan como ejemplo ... “¿Qué va a hacer de grande?” –preguntaban los maestros- “¿Comerciante
como papá? –proponía mi padre. Pero tú ya lo tenías decidido. “ André será médico, como su bisabuelo. Necesitamos
un médico en la familia”. En tu mirada orgullosa yo me veía corriendo al socorro de los enfermos, curando heridas, salvando
vidas...
¡Mamá! Si supieras lo que estoy a punto de hacer... espero que me perdones.
Cuando me afilié al partido Kataeb, el partido cristiano que, desde siempre estuvo en el poder
en Líbano, nunca me imaginé que las lecciones de tiro, las largas caminatas y los ejercicios militares me llevarían algún
día a esta azotea. Pero tú no tienes la culpa, la culpa la tiene la guerra, simplemente la guerra: destrucción brutal de mi
vida ordenada, de mis sueños, ideales y convicciones.
La ciudad de Beirut, ciudad cosmopolita, una de las más bellas del mundo, transformada en
un conjunto de ruinas dignas de un terremoto; el terremoto causado por ambiciones políticas que se ha disfrazado de guerra
santa entre dos religiones mayoritarias: cristiana y musulmana.
Así se fue desmoronando el país, como un rompecabezas: zona cristiana, zona musulmana, zona
cristiana, zona musulmana, así... hasta el infinito.
Tú quisiste que me fuera, me quisiste salvar. Me inscribiste en una de las mejores universidades
de Inglaterra, compraste mis trajes, sin olvidar un smoking para las fiestas que son tan elegantes. Madre, cómo
te hubiera sorprendido ver que en estas fiestas visten harapos que avergonzarían a tus sirvientes. Los muchachos peinados
a la “punk”, los hombres con grandes aretes, la droga circulando... ¡Qué fiesta!
Empezaron a pasar las primeras copas cuando mi compañero de cuarto, un inglés medio loco,
me empezó a presentar como our refugee from Lebanon. Lo iba a callar, diciéndole que no era ningún refugiado y que
pagaba bastante cara mi estancia, pero entendí que tenía razón. Dentro de poco, todos los cristianos seremos refugiados
a donde vayamos, porque vamos a perder nuestra patria. Y ¿por qué? Porque yo estoy en Inglaterra, mi primo está en la
Sorbona, no hay quien defienda nuestra causa. ¡Nos están diezmando! Sí, en muchos países la religión mayoritaria es el cristianismo.
Sin embargo, nadie moverá un dedo para ayudarnos: para nosotros no habrá cruzada. Los cristianos en Líbano están acabados.
Verás, madre, por eso volví, mientras tú me crees seguro en otra parte del mundo...
Traté de irte a ver. Desde el aeropuerto tomé un taxi que pasó a través de barricadas y me
llevó a casa. Las calles estaban desiertas, la reja se hallaba entreabierta. Una cuadra antes, lo vi: mi casa, legado de nuestra
familia de generación en generación, había sido derrumbada.
Un niño del vecindario me informó que había sido el resultado de un ataque con mortero. La
zona se había vuelto peligrosa. Papá y tú se habían ido y no se sabía su paradero.
Probablemente algún hotel. Parafraseando algún adulto, dijo: “Pues sí , la riqueza no es escudo para las balas.”
Las lágrimas me cegaban. Mis pasos me llevaron al cuartel general. En ese momento,
apareció nuestro jefe: “Necesito un voluntario para cerrar una calle”. Lo miré interrogativo.
“¡Necesito un francotirador! Se trata de que la calle quede inutilizada par que todo
tráfico se detenga y podamos iniciar un ataque. Habrá que esconderse en una azotea que le indicaré .A las ocho de la mañana
,escoger un blanco cualquiera y eliminarlo. Voluntarios, alcen la mano.”
Yo pensé: “Un blanco cualquiera es una persona de carne y hueso. No voy a ser médico,
pero tampoco voy a matar a alguien a sangre fría”. Te lo juro, eso pensé, madre; pero de repente se volteó hacia mí
y dijo: “Claro, éste no es un trabajo para niños falderos que no quieren arriesgarse y que mamá manda a Inglaterra para
cuidarlos”. Sentí la sangre subirme a la cabeza y levanté la mano. Inmediatamente, supe que había cometido un error,
pero lo hecho, hecho está. Tu nombre en su boca sonaba a sacrilegio.
Ya amaneció en Líbano, patria mía perdida. Las 7:30, mi pierna está hormigueando. La calle
silenciosa se empieza a llenar. Pasa un hombre que parece mi maestro de filosofía. “¿Cuál es la diferencia entre el
ser y no ser, André?”. “Simplemente, una bala, maestro”. Una señora cargando bultos. ¿Será ella mi víctima?
Apresura el paso: en la calle hay alguien tirado, probablemente muerto. Un muchacho alto. Tampoco éste, porque se parece demasiado
a mi primo y no vaya a ser la de malas; se han oído demasiadas historias de francotiradores que han matado a parientes.
Ahí va una muchacha de bonitas piernas: demasiado joven y guapa para morir. Pero André, no te distraigas.
Se
acerca alguien al cuerpo tirado en la calle, es un señor barbudo que está gritando. Llama a alguien, parece que están tratando
de levantar el cuerpo. Llega un hombre con uniforme: ¡Es el enemigo! Contra éste puedo disparar con toda confianza. Apunta
con cuidado, André, sabes que aquí no hay dos oportunidades; después del disparo comienza el infierno para ti.
Disparo:
el cuerpo cae encima del que estaba tirado. ¡Bravo, André! ¡Eres todo un héroe! Mi padre quería que yo fuera comerciante.
Mi madre quería un médico.
“André,
¿qué vas a hacer cuando seas grande?”
Líbano, septiembre 1976, 11:00 am
Líbano, septiembre 1976, 2:00 p.m.
El maestro
El vehículo
corre a su máxima velocidad por las calles desiertas de Beirut. El conductor está consternado. En sus oídos aún suena la llamada
de la esposa de su hermano, con la voz entrecortada por los sollozos: “¡Está atrapado! Lo iban a ejecutar... Lo están
buscando... Habló para despedirse... ¡Se ha escondido!”
¿En qué
se habrá metido ahora su hermano? ¿Lo encontrará aún con vida? ¿Podrá llegar a él a tiempo, desde donde está, cruzando una
ciudad atravesada por decenas de barricadas? ¿Qué puede hacer él, en estas condiciones, un simple maestro que la guerra ha
jubilado?
Su labor
es la educación de los niños, son las letras, las risas, las tareas. Pobres niños, que han cambiado sus cuadernos por metralletas
y están jugando a la guerra con balas auténticas. Los ha visto con fusiles que los rebasan en altura. Los hospitales están
llenos de pequeños lisiados que dispararon por un pan o un juguete.
Se
acerca al barrio judío; ante sus ojos aparece una barricada. ¡Claro! Hay un niño cuidándola. ¡La guerra es cosa de adultos,
dejen a los niños fuera de ella!
Líbano, septiembre 1976, 2:15 p.m.
Barricada al oeste del
barrio judío
¡Lo vamos a encontrar, lo juro...o dejo de llamarme Abdallá! Debe de estar muy cerca,
escondido como la rata que es, en las calles del barrio judío que tenemos cercadas. Creyeron podérmelo quitar, pero simplemente
hicieron el juego más interesante: ahora comienza la cacería. Grupos de hombres están pasando de casa en casa, registrando
cada rincón y maltratando “cautelosamente” a los judíos, pues parece que Radio Israel -los malditos sionistas- sacaron al aire un comunicado. En él nos advierten que, si algo le sucede a un
judío cualquiera, van a desquitarse atacando las posiciones palestinas en el sur. Es una tontería tomar a esta gente en serio
–y mucho menos ceder a sus amenazas- pero órdenes del alto mando son órdenes y, por ir a atender su llamado, se me escapó
el traidor. Ya veremos más adelante, cuando Líbano sea nuestro: nos ocuparemos de Israel y lo extirparemos, como se extirpa
un tumor canceroso. O, según la vieja expresión, ¡arrojaremos a los judíos al mar! Sin embargo, concedí el permiso a mis hombres
de llevarse lo que gusten de las casas registradas –ni falta que le hace a esta gente podrida en dinero. Un grupo está
ya en su templo hereje destruyendo todo y quemando sus libros sagrados. ¡Un poco menos de basura! ¡Al fin limpiaremos Líbano!
Entretanto, me encuentro esperando a que el perro infiel trate de escapar para ejecutarlo como se merece: ésta es la entrada
oeste, la que lógicamente escogería para la huída.
Se aproxima
un vehículo desde fuera. Es un hombre canoso de lentes, que me mira con miedo.
__¡Deténgase! ¿A dónde cree que va? ¿Tiene pase?
__Estoy aquí por un asunto de vida o muerte. Le suplico, joven...
__
¡Por el nombre del Profeta! ¿Qué asunto es ése?
__Mi
hermano está muy enfermo y vengo a llevarlo al hospital.
__Ése
no es asunto de vida o muerte. Si no se ha dado cuenta, estamos en guerra y la gente muere a diario. Además, nadie ha solicitado
un permiso de salida. ¿Quién es usted?
__Mire, le puedo explicar... Soy judío y vivo en el otro lado de la ciudad.
Estos son mis documentos de identidad...
__ ¿Judío? ¡Asqueroso sionista! Sal del vehículo y explica qué vienes a hacer
acá.
Ahora está sudando y trata de balbucear algo. Miro los documentos
y una gran satisfacción expande mi pecho. Lo agarro del cuello, lo saco de su coche y lo voy llevando a empellones hacia el
cuartel, mientras pienso: éste es mi día de suerte, mi día de suerte. En efecto, el “visitante” tiene el mismo
apellido que el hombre que estamos buscando.
__¿Tu
hermano, es tu hermano el que está enfermo, verdad? Pues ¿qué crees? Está por empeorar. ¡Si lo conozco bien, al hijo de p…!
Ahora mismo me vas a decir dónde se esconde la rata inmunda. ¡Vas a hablar, vas a revelarlo todo!
Lo
empujo hacia adentro, golpeándolo, picándole las costillas con el rifle. Todos me miran sorprendidos y mi padre se levanta
de su silla. Le anuncio con orgullo:
__Padre,
la suerte está de nuestro lado. Este hombre es el hermano del perro que estamos buscando.
Veo
a mi padre quedarse inmóvil, con la expresión congelada. Me volteo hacia el judío y lo veo sonreír. ¡Sonreír! Pero... ¿qué
sucede aquí?
Mi padre da un paso adelante y abraza al judío.
.
Líbano, septiembre 1976, 11 am
Miriam
Hace un año, vi fotos de un ghetto y de campos de concentración.
El maestro de historia hebrea de mi colegio judío, la Alliance Israelite Universelle,
nos mostró una colección de fotografías del Holocausto. Esto les enseñará que un judío nunca está seguro en ningún lado
que no sea el Estado de Israel. A mitad de la clase, pedí permiso de salir
y fui a vomitar mi desayuno al baño. En la galería de horrores, recuerdo especialmente la foto de un niño esquelético moribundo
tirado a media calle en el barrio judío: la gente pasaba encima de su cuerpo
con mucho cuidado de no tocarlo. Estaba aún vivo, tenía la mirada perdida. ¿Acaso era posible, me preguntaba, que la muerte de alguien diferente
pareciera tan lógica, tan normal? Me tranquilizaba pensando: soy libanesa, eso nunca sucederá aquí. Es simplemente otro
país, otro tiempo, otra dimensión. Otra suerte.
Líbano. Paraíso del vivir, el aire fresco de tus montañas fue el primero
que inhalé , el que me dio vida y que siempre olerá a hogar. El calor de tus noches de verano cuando sopla el jamsín. Tus bosques de pino. El sabor de tu mar, el Mediterráneo. El orgullo del cedro milenario de tu bandera.
Mi patria.
Aún así, Líbano era un país árabe. En mayo de1948, el día que siguió el
nacimiento del Estado de Israel, Líbano fue uno de los diez países árabes que le declararon la guerra. Los libaneses judíos
se volvieron “incómodos”:¿cómo conciliar su nacionalidad con el hecho de que, en sus mismas fronteras, se estableciera una nación autodenominada “hogar judío nacional”? ¿ La ira árabe iría a extenderse a la pequeña comunidad
judía? Además, ¿sobreviviría este pequeño estado al desmedido ataque ? Sin embargo,
ganó sorpresivamente la contienda y se presentó como una opción válida para los
judíos del mundo. En 1967, después de la Guerra de los Seis Días, fuimos testigos del traslado de gran parte de nuestra comunidad
a Israel. Entre los que se fueron estaban mi maestro de historia hebrea, mis tíos y
mis abuelos. Pero papá, quien había llegado a Líbano como refugiado de Siria, decidió: no más éxodos. Allí comprendí
lo difícil que es desprenderse de un hogar, por muy humilde que sea.
Seguimos en Líbano, una paradoja viviente, unos invitados muy especiales. La posición
del gobierno era : nos declaramos en contra de los sionistas, no de los judíos. Pueden quedarse. Discreción: nada de ostentar
símbolos religiosos, pues significa una provocación: recibí una sonora cachetada por salir a la calle con una cadena de la
cual colgaba una estrella de David. Si te llamas “Israel”o “Josué” o se te ocurre hablar en hebreo,
no hay garantías: la protección del gobierno tiene límites.. No te alejes del barrio judío, no te des a notar, no hagas olas.
Los dirigentes comunitarios tenían buenas
relaciones con las autoridades. El presidente de Líbano visitaba la sinagoga en Rosh Hashaná, el año nuevo judío, para
presentar sus parabienes. De pronto, miembros de la comunidad desaparecían
sin que el hecho tuviera grandes repercusiones. Recuerdo que un alto directivo
de la comunidad fue encontrado, un día, desmembrado y encostalado, en el portón del templo judío: había sido acusado de espiar
para Israel y entregado para ser interrogado a la policía siria. Pero la comunidad judía- aunque muy disminuida y con
una juventud casi inexistente- siguió viviendo con tranquilidad.
Cruza
sobre el moribundo, haz como que no pasa nada.
Más adelante, estalló la guerra civil. Mi mundo se derrumbaba. Esta vez, el argumento
de papá para no empacar fue el siguiente: esta guerra es entre cristianos y musulmanes. Si nos quedamos callados y aguantamos
la trifulca, pasará como una pesadilla y podremos volver a nuestra bendita vida.
Así nos convenció papá. Y yo creí posible este acuerdo con el destino. Hasta hoy.
Hoy, por
primera vez en mis quince años de vida, oí el grito:”Muerte a los judíos” salir de una , de cien, de mil bocas,
con un rencor y un odio reprimidos desde generaciones. Brotó de boca de mi vecino, el abarrotero, que saludaba yo todas las
mañanas; surgió de las entrañas de los compañeros de mi niñez; reveló el dolor que fermentaba ¿desde siempre? en mis conciudadanos,
mis paisanos, mis hermanos. ¿Qué hice, qué errores cometí, para ser merecedora de tal aborrecimiento?
De pronto,
comprendo que dejé de ser la hija del país. Soy el enemigo, el culpable de todos los males, sobre el que se puede descargar
ira y dolor. Mi país se ha transformado en una trampa, mi calle en un ghetto, mi casa en una ratonera.
Mis padres, mis hermanos y yo estamos sentados en el piso, como unos deudos, apretados
unos contra los otros, los rostros enrojecidos, los ojos cerrados, con el único recurso que nos queda: el rezo. ¿Cuánto tardarán
los gritos amenazadores en llegar a nuestra puerta, derribarla y entrar?
Me volteo
hacia papá:
___ ¿Verdad
que vamos a estar bien?
Y, por
primera vez en mi vida, lo oigo contestar:
___No
sé, hija, no sé...
¿Quién asesará el primer golpe? ¿Qué cosas veré antes del final? Pienso en el cuchillo
de cocina que aguarda en la oscuridad del cajón. ¿Por qué nunca aprendí a defenderme? ¿Cómo creí que eso nunca me sucedería?
No sé lo que más me asusta, si las kalashnikov y los revólveres, o los ojos de
esos hombres vueltos bestias, ojos hambrientos de venganza y de sangre, ojos que ya no me reconocen y sólo ven en mí el judío
eterno, maldito. El pueblo elegido, a veces para la muerte.
Las botas de los soldados suenan en las escaleras. ¡Sálvanos. D-os! Nomás te tenemos
a Ti. ¡Haz el milagro! Nuestras bocas pronuncian la letanía que es la profesión de fe del judaísmo, la oración por excelencia:
el Shemá Israel. Escucha, Israel D-os es nuestro D-os , D-os es uno . Bendito sea el trono
majestuoso de Su reinado para siempre jamás.
Ruego
que llena la mente y aparta el miedo . Palabras mágicas que alejan las imágenes del Holocausto y el ruido de las botas. Canto
sagrado que cubre todo bajo un velo opaco.¿ Última oración?
De pronto,
¡golpes en la puerta con cachas de metralletas! Lo que está escrito sobre la frente, lo ha de ver el ojo. Mi madre
se levanta y, con valor, le abre al destino.
Líbano, septiembre 1976, 12:15 pm
Miriam
Entra
furtivamente un soldado, arrastrando a un hombre pálido y desencajado, quien está balbuceando palabras sin sentido. El soldado
¿no es, acaso, el zapatero de la esquina ataviado con un uniforme de fedayin? Y
el fantasma que delira ¿no es Don Nissim, un conocido comerciante?
El uniformado toma la palabra:”Señora, no tenga miedo: soy yo, Ibrahim. Me he
unido a las fuerzas palestinas. Este hombre es judío como ustedes. Lo quieren ejecutar, pues por su culpa, un francotirador
mató a un musulmán. La esposa del jefe de zona me pidió socorrerle, y lo salvé de milagro. Ustedes siempre han sido buenos
conmigo: por ello vine aquí. Escóndanlo y procuren que nadie sepa su paradero. Si eso sucede, ustedes también estarán implicados
en el asesinato y correrán su misma suerte.”
Estamos
intentando asimilar el flujo de palabras.
“Mi presencia aquí es peligrosa para ustedes. Hasta otra ocasión. Buena suerte.”
Atónitos, lo vemos salir. Mamá sienta al hombre, quien está tartamudeando: “No,
por favor, no me fusilen, soy inocente. Baja tu arma, te lo ruego ¡Yo sólo quería levantar al muerto!”
“Cálmese,
usted ya está seguro, está entre amigos”.Un vaso de agua detiene el temblor que lo agita. Estamos interrogándonos con
la mirada, buscando una solución, una forma de salir del atolladero.
Parecía
imposible que nuestra situación empeorara, y sin embargo... Nuestro invitado inesperado, buscado por todos los soldados, constituye
para nosotros una nueva amenaza. ¿Qué podemos hacer? Si no nos encuentran los cazadores de judíos, lo harán quienes buscan
a este hombre. Y seremos cómplices de su crimen.
__Tengo
una idea__ dice mamá.__ ¡El departamento de enfrente!
Una luz
de esperanza atraviesa nuestras miradas. El departamento contiguo está vacío ya que sus habitantes han huido, dejándolo con
todo y llaves a nuestro cuidado.
__ Una
vez repuesto, lo esconderemos allí. Si llegan sus perseguidores, no lo encontrarán con nosotros…
Nos abocamos
a tranquilizar al hombre y le explicamos nuestro plan. Cuando la puerta del departamento vecino se cierra tras de él, dejamos
escapar un suspiro de alivio. Ahora, la espera comienza.
Ese día, mamá había preparado un guiso
de garbanzos. Estaba destinado a descomponerse y pudrirse intacto. Un rezo judío dice: Danos ropa para vestir y alimento
para comer. Los sabios explican: la bendición de D-os no consiste en sólo poseer el alimento, sino tener la oportunidad
de comerlo en paz.
Hasta
hoy, el guiso de garbanzos trae a mi memoria el recuerdo de esta terrible jornada.
Líbano, septiembre 1976,
1.00 p.m.
Nissim
Mientras decenas de guerrilleros lo están buscando por todo el barrio, Nissim
es simplemente un hombre dando vueltas en la oscuridad. Prisionero en un lugar desconocido.
Solo y con el tiempo prestado. Sus piernas ya se han acostumbrado a la distancia que hay entre una pared y otra, distancia
que recorre sin cesar como autómata.
¿ Cómo
fui tan inconsciente? ¿Por qué no salí del país cuando tuve la oportunidad?
Aunque
tenía dinero, no quise renunciar a mis pertenencias. Me quedé a cobrar lo que
la gente me debía, a vender mis bienes. Cosa de unas semanas. Pasaron meses. Y llegó esa fatídica mañana...
Esa mañana, la vida seguía su curso, si así puede llamársele la estancia
en un país en guerra.
Hay tregua, anunció, iré a cobrar la mercancía que le vendí a Fawzi. No salgas,
dijo Sara, te lo ruego, ayer soñé a mi abuela Nezly, me decía :el café se va a derramar del pocillo, ten cuidado. Hubieras callado, Sara, es cuando sale de la boca que la palabra cobra vida. Le contestó : habrá alguna remota posibilidad, Sara, de que la abuela Nezly, D-os la conserve en el paraíso y lejos de
nosotros, te indique la forma de subsistir en estas condiciones y sin dinero? Ironía de los necios.
Se dirigió hacia la puerta maldiciendo los sextos sentidos y los sueños premonitorios,
y la niña de los grandes ojos se le colgó de la pierna y pidió, ¿puedo ir, papá, por favor papá , estoy aburrida? Y de su
cuarto salió el pequeño, blanco y rubio como un angelito y balbuceó: cómprame una pistola. Y todo aquello, la guerra, los
hijos, el ser padre de familia, le había parecido un terrible fardo en esta mañana. Creo
que, por un instante solamente, simplemente así, en un ínfimo rincón de mi cerebro, deseé que ya no existieran y que estuviera
tranquilo. Azoté la puerta.
A través del desorden que reina en su cabeza, vuelve, insistente, una imagen
que lo obsesiona. Al llegar a la calle, oyó gritar su nombre. Sara estaba asomada al balcón, casi medio cuerpo afuera, con
su bata azul acolchada de casa. “¿Qué hay?”le había gritado, furioso de que lo detuviera.”!Allá Maak ¡,
¡Que D-os te acompañe!” le lanzó con una voz húmeda y enseguida desapareció. Así
te recordaré, Sara, desde el otro mundo. Ojalá me hubieras insultado, escupido. La suerte hubiera sido otra. No. Me estoy
volviendo loco, me arde el cerebro.
Esa mañana, la vida seguía su curso, si así puede llamársele la estancia en
un país en guerra.
Nissim
bajó la calle y se topó con el cadáver de un viejito solitario que conocía, el cuidador de la sinagoga. Una mujer gritaba
que había sido la balacera del día de ayer, que le habían tocado tiros cruzados. Otra rebatió que de seguro lo habían matado
para quitarle sus ahorros. Qué más da, aquí la gente muere como moscas. ¿Qué significa un cadáver más? Maldita sea, no
podré ir a cobrar. Había que enterrarlo en el panteón judío. Avisar a los demás para, siquiera, rezarle un kadish. Mientras, cargarlo y acostarlo en su mísero cuarto detrás de la sinagoga.
Nissim
intenta asir el cuerpo por los hombros y arrastrarlo, pero pesa demasiado. A la puerta del cuartel, un amigo de él, Amín,
en uniforme de fedayín, fuma un cigarrillo .En cámara lenta, su mente reconstituye
la escena: Amín que se agacha sobre el cuerpo y su mirada atónita cuando recibe la bala en la cabeza.¡ Maldito francotirador! Cae encima del otro, abrazándolo, ya son dos los cuerpos que habrá que enterrar…y el mío si me hallan.
Sara sale al balcón, despidiéndolo, acongojada. No
veré la expresión de tu cara cuando te den la noticia de mi muerte. No hagas escándalos. No enrollaré las filacterias al brazo
de tu hijo el día de su Bar Mitzvá. No llevaré a la niña al palio nupcial. Nunca sabrás cuánto te quise con los bordes caídos
de tu cara y esta bata azul acolchada y deslavada. Si se me concediera un solo deseo, el del condenado, eso haría: limpiar
esta lágrima que quedó colgada sobre tu labio.
Sus ojos
escudriñan las sombras, buscando reconocer los muebles. Corre hacia la mesita. Sus dedos febriles encuentran el objeto negro
y comienzan a marcar.
Esa mañana, la vida
seguía su curso, si así puede llamársele la estancia en un país en guerra.
Líbano, septiembre 1976, 2:00 p.m.
El maestro
El vehículo
corre a su máxima velocidad por las calles desiertas de Beirut. El conductor está consternado. En sus oídos aún suena la llamada
de la esposa de su hermano, con la voz entrecortada por los sollozos: “¡Está atrapado! Lo iban a ejecutar... Lo están
buscando... Habló para despedirse... ¡Se ha escondido!”
¿En qué
se habrá metido ahora su hermano? ¿Lo encontrará aún con vida? ¿Podrá llegar a él a tiempo, desde donde está, cruzando una
ciudad atravesada por decenas de barricadas? ¿Qué puede hacer él, en estas condiciones, un simple maestro que la guerra ha
jubilado?
Su labor
es la educación de los niños, son las letras, las risas, las tareas. Pobres niños, que han cambiado sus cuadernos por metralletas
y están jugando a la guerra con balas auténticas. Los ha visto con fusiles que los rebasan en altura. Los hospitales están
llenos de pequeños lisiados que dispararon por un pan o un juguete.
Se
acerca al barrio judío; ante sus ojos aparece una barricada. ¡Claro! Hay un niño cuidándola. ¡La guerra es cosa de adultos,
dejen a los niños fuera de ella!
Líbano, septiembre 1976, 2:15 p.m. Barricada al oeste
del barrio judío
¡Lo vamos a encontrar, lo juro...o dejo de llamarme Abdallá! Debe de estar muy cerca,
escondido como la rata que es, en las calles del barrio judío que tenemos cercadas. Creyeron podérmelo quitar, pero simplemente
hicieron el juego más interesante: ahora comienza la cacería. Grupos de hombres están pasando de casa en casa, registrando
cada rincón y maltratando “cautelosamente” a los judíos, pues parece que Radio Israel -los malditos sionistas- sacaron al aire un comunicado. En él nos advierten que, si algo le sucede a un
judío cualquiera, van a desquitarse atacando las posiciones palestinas en el sur. Es una tontería tomar a esta gente en serio
–y mucho menos ceder a sus amenazas- pero órdenes del alto mando son órdenes y, por ir a atender su llamado, se me escapó
el traidor. Ya veremos más adelante, cuando Líbano sea nuestro: nos ocuparemos de Israel y lo extirparemos, como se extirpa
un tumor canceroso. O, según la vieja expresión, ¡arrojaremos a los judíos al mar! Sin embargo, concedí el permiso a mis hombres
de llevarse lo que gusten de las casas registradas –ni falta que le hace a esta gente podrida en dinero. Un grupo está
ya en su templo hereje destruyendo todo y quemando sus libros sagrados. ¡Un poco menos de basura! ¡Al fin limpiaremos Líbano!
Entretanto, me encuentro esperando a que el perro infiel trate de escapar para ejecutarlo como se merece: ésta es la entrada
oeste, la que lógicamente escogería para la huída.
Se aproxima
un vehículo desde fuera. Es un hombre canoso de lentes, que me mira con miedo.
__¡Deténgase! ¿A dónde cree que va? ¿Tiene pase?
__Estoy aquí por un asunto de vida o muerte. Le suplico, joven...
__
¡Por el nombre del Profeta! ¿Qué asunto es ése?
__Mi
hermano está muy enfermo y vengo a llevarlo al hospital.
__Ése
no es asunto de vida o muerte. Si no se ha dado cuenta, estamos en guerra y la gente muere a diario. Además, nadie ha solicitado
un permiso de salida. ¿Quién es usted?
__Mire, le puedo explicar... Soy judío y vivo en el otro lado de la ciudad.
Estos son mis documentos de identidad...
__ ¿Judío? ¡Asqueroso sionista! Sal del vehículo y explica qué vienes a hacer
acá.
Ahora está sudando y trata de balbucear algo. Miro los documentos
y una gran satisfacción expande mi pecho. Lo agarro del cuello, lo saco de su coche y lo voy llevando a empellones hacia el
cuartel, mientras pienso: éste es mi día de suerte, mi día de suerte. En efecto, el “visitante” tiene el mismo
apellido que el hombre que estamos buscando.
__
¿Tu hermano, es tu hermano el que está enfermo, verdad? Pues ¿qué crees? Está por empeorar. ¡Si lo conozco bien, al hijo de
p…! Ahora mismo me vas a decir dónde se esconde la rata inmunda. ¡Vas a hablar, vas a revelarlo todo!
Lo
empujo hacia adentro, golpeándolo, picándole las costillas con el rifle. Todos me miran sorprendidos y mi padre se levanta
de su silla. Le anuncio con orgullo:
__Padre,
la suerte está de nuestro lado. Este hombre es el hermano del perro que estamos buscando.
Veo
a mi padre quedarse inmóvil, con la expresión congelada. Me volteo hacia el judío y lo veo sonreír. ¡Sonreír! Pero... ¿qué
sucede aquí?
Mi padre da un paso adelante y abraza al judío.
Líbano , octubre1966, 6:00 PM ( Diez años atrás)
El maestro
En la
Alianza israelita de Beirut, la escuela oficial judía, acaba un día más de labores. Los padres han acudido a llevarse a sus
hijos y el edificio está desierto. Una sola persona, aparte del portero, trabaja tarde, como siempre, porque nadie lo espera
en casa: el maestro de primaria, quien, por amor a los niños, ha elegido una
vida casi de sacerdocio.
Se detiene un instante, deja el lápiz y limpia cuidadosamente sus anteojos. ¿Valen
la pena tantos desvelos para formar a niños cuya característica principal es la ingratitud? He de estar cansado, es una
pregunta que sólo me hago cuando estoy cercano al agotamiento. Educar es lo que sé hacer; es mi misión. Un niño es un milagro,
una apuesta viva al futuro, un pedazo de arcilla informe. Es lo que haces de él.
Escucha
un ruido del lado de la puerta. Levanta los ojos y, sorprendido, evalúa la visión: una mujer velada cargando a un niño de
cinco años. Sus ojos se encuentran y la mujer voltea la cara hacia la salida. No te vayas, estoy tan solo.
__Señora,
espere ¿ Le puedo ayudar en algo? Por favor, siéntese.
La mujer
ha vaciado el alma. Su hijo nació sordomudo, ninguna escuela lo recibe y no posee
recursos para darle educación especial. Las lágrimas aparecen al borde de sus grandes ojos y ella las rechaza de un revés
de la mano: ya lloró mucho y de nada le ha servido a su pequeño. Es sirvienta en casa de unos judíos y allí escuchó hablar del maestro, de su dedicación, de su paciencia.
Decidió entonces acudir a él, a pesar de que una mujer musulmana decente no visita sola
a un hombre. Su voz tiembla a través del velo y el maestro no puede dejar de pensar que ha de ser hermosa.
__Le aconsejo,
para comenzar, un examen médico. Conozco alguien que lo puede atender...
Un amigo del maestro es médico. En una corta misiva, él explica el caso del niño con
la recomendación de sólo cobrar algo simbólico. La mujer parte como una sombra, su bien más preciado apretado sobre el pecho.
Al día siguiente, cuando está por salir a trabajar, el teléfono suena. Es el médico:
“El niño que me enviaste necesita una intervención quirúrgica. Claro, quedará bien.. Será costoso, creo que demasiado
para estas personas. ¿Vas a asumir tú mismo los gastos? De acuerdo. Después, tendrá que recibir una larga terapia. Por supuesto,
te explicaré como dársela. Pero dime, por favor: ¿por qué lo haces? ¿Cuál es tu relación con esa familia de musulmanes?”
El maestro sonríe y piensa; hay gente que no entiende que un niño es un niño, sea
cual fuere su color de piel o su religión. Tiene derecho a escuchar el canto de los pájaros y la voz de su madre. Estamos
aquí para arreglar el mundo. Y sí, tengo un interés propio: No tendré hijos, pero dejaré algo, una huella: alguien recordará que fui bueno con él. ¿Cuánto pesa ante
eso la caja de lámina donde guardo lo que me sobra de mi sueldo? Ahora es cuando.
Casi le queman las manos los billetes, le urge deshacerse de ellos, dárselos a la mujer que, él sabe, llegará después
de clases con el niño. El niño que estoy por sacar del silencio.
Líbano, Diciembre 1966,
6:00 PM
El
maestro está sentado, esperando. El salón de clases desierto se ha convertido en el escenario de unas penosas terapias. El
niño escucha, de eso no hay duda. Pero hay que enseñarle a hablar: a pesar de
los esfuerzos del maestro, quien lo recibe a diario, ningún sonido sale de su
garganta. Ha ido a visitar a varios terapistas para recibir consejos. Día tras día, durante horas y horas, repite las palabras,
articulando despacio, ayudándose de un espejo, de dibujos, de música. ; esperando el sonido, el gemido, el balbuceo que pondrá
fin al calvario del niño. ¿Qué le sucede?
¿Qué estoy haciendo mal? ¿Dónde está el error?
La
madre estará sentada, en una silla de niño, torciéndose las manos blancas y finas. Lo sacaré adelante, lo juro. Lo verás
cantar. Algunos días, ¡hasta querrás que se calle! Estoy riéndome solo. ¿Sabes la verdad? Me he acostumbrado a tu compañía
silenciosa. El otro día, me quisiste besar las manos; ya no sabía cómo quitártelas, estábamos luchando y tu hijo comenzó a
llorar. Algo estaba sucediendo, huiste. Hiciste bien.
El maestro se sobresalta. En vez de pasos furtivos, se oyen pisadas sonoras y hostiles.
Un hombre
furioso aparece en el marco de la puerta, seguido por la mujer que intenta jalarlo
hacia atrás. Es el padre del pequeño, moreno y de bigotes, a quien la mujer acaba de confesar lo sucedido con su hijo.
__¡Esta
hija de perro lo hizo a escondidas! ¡Operó a mi hijo!¡Lo cuidó en su regazo sin que yo supiera nada! Y ahora le está usted dando... ¿terapia? ¿ De qué diablos se trata?
__ Señor, cálmese. Estamos intentando curar a su hijo para que logre hablar.
__Si Alá
así lo ha creado, sea respetada su sagrada voluntad. ¿ Quién se cree que es usted para
decidir si un niño que así ha nacido debe oír y hablar?¡ La intención de Alá no debe ser contrariada!
__Por
favor, escúcheme, le voy a explicar...
__¡ Y
con un judío! ¿No encontraste mejor, para atender a mi hijo, que un mugroso judío?
__Le pido
que me trate con respeto.
__No quiero
siquiera hablar con usted. No quiero explicaciones. Soy el único que decide del
porvenir de mi familia. Esta mujer pagará por lo que hizo. ¡Maldita!
El hombre,
en dos zancadas, alcanza a la mujer que se ha refugiado en un rincón. El maestro corre a defenderla, pero, de pronto, se oye
un sonido ronco, salido desde muy lejos:
___¡No!
Ma..má!¡ Ma...má!
Son las
primeras palabras del niño.
El maestro
va hacia el niño, lo abraza y lo echa al aire con un grito de júbilo, para volverlo a atrapar. La madre cae al suelo, sacudida
por fuertes sollozos. El padre se ha quedado inmóvil, sin saber qué decir. Finalmente, recobra la compostura y se acerca al
maestro.
__Parece
que, después de todo, D-os ha querido que este niño hable. Quizás, y a pesar de que no estoy de acuerdo, tendré que agradecerle lo que hizo.
__No me
dé las gracias a mí, sino a D-os__responde el maestro
__¿ Qué
D-os? __ pregunta el hombre, desafiante___ ¿el suyo o el mío?
__Usted
sabe__sonríe el maestro, abrazando a Abdallá __que D-os es uno
Líbano, septiembre 1976, 10:00 pm
Miriam
“Escucha
Israel, D-os es nuestro D-os, D-os es uno.” Las palabras dan vuelta en mi cabeza como guirnaldas de flores. Mi mano
derecha está temblando. La espera es terrible y es casi un alivio cuando se oyen de nuevo las botas en la escalera y los golpes
en la puerta. No importa cómo, que acabe la tensión...
Mamá abre y se encuentra con el extremo de una metralleta apuntando hacia su pecho.
__¿ Quiénes
son ustedes?¿Qué es lo que quieren? __exclama con su mejor voz de educadora enojada.
__¡Entreguen
al prisionero ¡Sabemos que ustedes lo tienen escondido! __grita el guerrillero,
cortando cartucho con un sonido horrible, para mostrar que habla en serio.
__¡ Deje
en paz a mi esposa! vocifera papá, empujando a mamá y poniéndose frente al uniformado.
__ Está
usted equivocado... No sé de lo que está hablando...__balbucea mamá.
__
Déjeme decirles___expresa la voz de un hombre que se quedó atrás, en la sombra.
El guerrillero
retrocede.
__ ¿ Me
reconocen? Soy el maestro de primaria de la Alliance. Estoy buscando a mi hermano. Si ustedes saben...
_¡ No
digan nada!__suplico en silencio___es una trampa, quién sabe qué le hicieron al pobre hombre para obligarlo a traicionar a
su propio hermano...
De pronto,
delante de mis ojos, detrás de los fedayín, veo moverse la perilla de la puerta de enfrente. ¡ Se está abriendo! Y
antes de que cualquiera alcance a abrir la boca, el prófugo sale como energúmeno
de su encierro y se echa, sollozando, en brazos de su hermano.
Diez minutos
y algunas explicaciones después, el maestro nos está dando las gracias:
__ Le
salvaron la vida. ¿Puedo hacer algo por ustedes?
Nos miramos
unos a los otros. Ya no podemos quedarnos en nuestra casa, los guerrilleros saben que allí escondimos a un fugitivo y querrán
tomar represalias. Este hombre puede ayudarnos a huir. Llegar al aeropuerto. Salir del país. Buscar otras latitudes más clementes.
Mamá echa una última mirada a su casa:
__Mi hogar,
mis muebles...
Papá la
abraza: “No mires atrás. Aún tenemos a nuestros hijos. Hay mucho por agradecer.”.
Tomados de la mano, cerramos la puerta de lo que fuera nuestra vida.
Adiós Líbano, mi país,
mi patria.
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