Durante años, la tierra ha sido el tema de acérrimas luchas entre los mismos israelíes: tras pagar por ella con vidas, ¿ debe
ser devuelta para evitar la pérdida de otras vidas? ¿Debe aferrarse a ella a toda costa?¿ Es más importante la tierra o la
vida? Discusiones sin fin entre estadistas, rabinos y ciudadanos comunes se han llevado a cabo, halcones se han vuelto palomas
y viceversa. En Israel, la historia no perdona y mucho menos sus vecinos o lejanos “amigos”. Años de pilpul –
desde filosófico hasta estratégico- para llegar a una conclusión histórica: la pregunta era capciosa.
Devolver tierras no garantiza la paz y a veces hasta asegura otra guerra más sangrienta. Era simplemente una ilusión que los
israelíes se habían pintado , en su afán de creerse iguales a los demás pueblos, aquellos a quien nadie cuestiona la legitimidad
de existir. Era el precio de una tregua, el soldado que cabecea un instante, agotado, en el fragor de la batalla, pero que
un balazo que roza su oreja le recuerda: aún no. Aún no puedes descansar, eres parte de un experimento que busca saber qué
dura más, si los sueños o la resistencia de seres humanos para llevarlos a cabo. Qué se extinguirá primero, la chispa divina
o el persistente golpe del sable.
Y ésta es aún, afortunadamente , una pregunta vigente en nuestros días y no un monumento a seis millones de víctimas, al
que sólo se puede llevar flores- y lágrimas de impotencia y culpa.
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